A principios de 1974, el rock ya se había consolidado como un género de masas. Bandas como Led Zeppelin, Deep Purple y Black Sabbath dominaban una escena cada vez más diversificada y que comenzaba a ramificarse en subgéneros como el Prog, el Glam o el Heavy Metal ante la constante aparición de bandas con planteamientos artísticos cada vez más específicos y que, en muchas ocasiones, terminaron quedando condenadas al olvido frente a una competencia cada vez mayor.
Pocas bandas
experimentaron un ascenso tan meteórico como Kiss, un joven cuarteto
neoyorquino que en poco más de un año de carrera supo captar la atención de una
escena rockera en alza con una propuesta de lo más singular: un directo y unas
caracterizaciones de lo más excéntricas que parecían inspirados por referentes
del Rock más teatral como Alice Cooper o Peter Gabriel, el Rock crudo que
practicaban y la dualidad de vocalistas que poseían (hasta aquel momento pocos
grupos repartían esta responsabilidad, siendo Gene Simmons y Paul Stanley dos
de los principales pioneros en este apartado) fueron elementos más que
suficientes para que Kiss se convirtiera en poco tiempo en una banda aclamada
por cientos de miles de personas tanto dentro como fuera de las fronteras
norteamericanas.
Las numerosas actuaciones
que la banda realizó a lo largo de 1973 en diferentes locales de Nueva York,
permitieron a la banda consagrar su particular propuesta ante una audiencia que
crecía con el paso de las meses, al mismo tiempo que el propio grupo iba
consolidando las diferentes personalidades que definirían a cada personaje y
sus respectivos maquillajes: Paul Stanley ejercería de estrella del Rock
(“Starman”), Gene Simmons encarnaría al mismísimo demonio (“The Demon”), Ace
Frehley tomaría la apariencia de un hombre del espacio (“The Spaceman”) y Peter
Criss la de un hombre gato (“The Catman”).
Con el creciente éxito a
nivel local, no fue complicado que Bill Aucoin, mánager del grupo durante casi
una década, consiguiera convencer a Neil Bogart, fundador del sello Casablanca
Records, para que ofreciera un contrato al cuarteto para varios álbumes. Una
vez la burocracia estaba en orden, el grupo se encerró en los Bell Sound
Studios (Nueva York) para dar luz al que sería su primer álbum de estudio. La
mayoría de las canciones que terminaron conformando el LP provenían de algunas
maquetas que el grupo había grabado ese mismo año. Fueron unas sesiones de
grabación bastante sencillas y espontáneas, siendo Kenny Kerner y Richie Wise
los responsables de la producción. Finalmente, en febrero de 1974 el mundo
conocía definitivamente a Kiss con su debut homónimo.
La famosa fotografía de
la portada, que fue obra de Joel Brodsky (autor de algunas de las portadas más
famosas de The Doors y The Stooges, entre otros), presentó definitivamente en
sociedad los maquillajes oficiales del grupo, aunque ciertamente el de Peter
Criss no se corresponda del todo el que terminó caracterizándole (Paul Stanley
definió la pintura de su compañero como la de un “león tribal”). Me gusta mucho
el contraste que Brodsky fue capaz de lograr al enfrentar el fondo oscuro con
las caras pintadas de la banda, permitiendo a estas últimas destacar con mayor
intensidad.
La historia musical de
Kiss se inicia con uno de los grandes hits de la banda. “Strutter” es Rock and
Roll elevado a su máximo exponente, con un ritmo uniforme y una estructura
simple la banda va desgranando los versos con soltura antes de llevarnos a su
archiconocido puente-estribillo coral (adoro la manera en que las voces de
Stanley y Simmons se entrelazan aquí) que tanta felicidad nos ha traído
(¿cuántas veces escucharía esta canción mientras jugaba al GTA San Andreas?).
El breve, pero intenso, solo de Ace Frehley se encargará de poner la guinda al
pastel. Cabe añadir que esta canción fue una de las primeras que la banda
compuso, existiendo una versión de cinco minutos que data de marzo de 1973 que,
para nuestra fortuna, pudimos escuchar en la caja recopilatoria de 2001 esta
maqueta.
No sé si será por su tono
festivo o por lo pegadizo de su inmortal estribillo de la vieja escuela, pero
reconozco que le tengo un cariño especial a “Nothin’ To Lose”, la primera
canción que, si no me equivoco, me enganchó realmente a este grupo. Gene Simmons
toma las riendas del micrófono y nos obsequia con una gran interpretación, así
como con una de sus letras cargadas de connotaciones sexuales. Otro que está
pletórico es Peter Criss, quien además de bordarlo tras su kit y emplear el
cencerro en momentos puntuales, añade algunas líneas vocales a ese glorioso
estribillo. Por cierto, no puedo dejar de mencionar las aportaciones al teclado
de Bruce Foster, quien logra crear un ambiente muy boogie-woogie que genera más
“buenrollismo” al resultado final. Antes de pasar a la próxima canción me
permito el lujo de recomendarles la versión en vivo que la banda se marcó en el
MTV Unplugged.
“Firehouse” es una de
esas secundarias de lujo que no solía quedarse fuera de cada nueva gira que el
grupo iniciaba a lo largo del globo terráqueo (momento que Simmons aprovecha
para lanzar llamas por la boca). Y es que este medio-tiempo es una declaración
de buen Rock cimentado en una base rítmica de mucho peso (enorme Gene tras el
bajo) y en la poderosa voz de un joven Paul Stanley, quien ya gozaba de un
poderío vocal enorme. Un nuevo solo notable de Ace Frehley rompe con la solidez
monolítica que el riff principal parecía haber impuesto, impidiendo así
cualquier posible monotonía. Todo termina con una amenazante alarma de
incendios sonando en el horizonte.
Compuesta por Ace
Frehley, “Cold Gin” es otra de esas canciones que más han sonado en directo en
sus 50 años de trayectoria. Ese riff principal nos adentra en una pieza de
Hard-Rock seductor que Gene Simmons redondea al alza tanto por su excelente
desempeño vocal, como por la dinámica pista de bajo que introduce aquí. Si bien
las letras de esta banda me parecen bastante mediocres (no es un plano en el
que destacaran, ciertamente), tengo que reconocer que esta oda al alcohol como
el mejor medio para revivir o mejorar una relación de pareja me parece de lo
más humorística. Palabras mayores ese puente-estribillo, que rompe
considerablemente con la dinámica predominante en el tema y que permite a
Simmons elevar su voz a unos agudos algo atípicos.
La primera mitad del
disco finaliza con “Let Me Know”, una canción fundamental en la historia del
grupo no tanto por su popularidad (dista mucho de ser un hit), sino por ser la
primera composición que Paul Stanley tocó delante de Gene Simmons cuando ambos
se conocieron. Por aquellos tiempos creo recordar que se titulaba “Sunday
Driver”. Estamos ante un buen número de Rock con sabor añejo que se basta de
menos de tres minutos de extensión para dejarnos un sabor de boca realmente
dulce. De esta pista resalto el protagonismo compartido en labores vocales de
Gene y Paul, los golpes de tambor que Peter Criss introduce con elegancia y esa
especie de outro que Ace nos regala a partir de un riff que roza lo Heavy.
Continuamos la escucha
con “Kissin’ Time”, una disfrutable versión del tema popularizado por el
cantante Bobby Rydell y que lleva la firma de Kal Mann y Bernie Lowe que la
banda ejecuta con un extra de decibelios (tengamos en cuenta que la versión
original se acercaba más al swing) y con ligeras alteraciones en la letra. Cabe
señalar que esta canción fue un capricho de Neil Bogart, jefazo de Casablanca
Records, quien pidió a la banda que grabara el cover para ser lanzado como
sencillo a modo de intentar captar a un mayor número de seguidores. Fue por
ello que en la primera tirada del LP esta no fue incluida, aunque a los pocos
meses terminó siendo incluida. Anecdótica pero muy disfrutable.
Volvemos a la senda de
los clásicos de la mano de nuestra queridísima “Deuce”, un corte brillante
compuesto y cantado por Gene Simmons, en el que la banda despliega su Hard-Rock
más abrasador. Tanto el riff principal, como los numerosos detalles de Peter
tras la batería (cencerro, drum fills,…), aportan un plus a una ejecución
instrumental de máxima categoría. El señor Ace Frehley, quien siempre ha
declarado que esta es su canción preferida del grupo, se marca aquí un solo
estelar dividido en dos partes que podría incluirse entre los mejores de toda
su trayectoria. A fin de cuentas, esta fue la canción que el “Spaceman”
interpretó durante su audición para entrar en el grupo (¿quién podía atreverse
a negarle el puesto tras semejante interpretación?).
Tras semejante despliegue
de adrenalina toca bajar las revoluciones considerablemente con “Love Theme
From Kiss”, una pieza instrumental que el grupo compuso tomando como base
varios segmentos de “Acrobat”, una pista que solamente podemos encontrar en algunas
cajas recopilatorias de los primeros años de vida del grupo. Estamos ante un
número monótono de poco más de dos minutos de duración, en el que sobre unas
guitarras bastante calmadas, el bueno de Gene aprovecha para jugar con algunos
licks realmente interesantes de bajo.
Las inconfundibles notas
de Gene tras el bajo anuncian la llegada de “100,000 Years”, una composición
con mucha garra en la que Paul Stanley está pletórico tras el micrófono,
desgañitándose sin piedad. Otro que se sale es Ace tras su solo, moviéndose por
el mástil con una técnica envidiable y, pocos segundos después, remedando con
algunos fraseos a Paul. Peter también se marca un pequeño solo tras su kit,
pero no tiene nada que ver con el que haría en “Alive!”. Aunque ciertamente ha
gozado de una mayor presencia en las giras de este milenio, lo cierto es que se
siente como una canción que ha quedado relegada injustamente a un segundo lugar
dentro de la historia del grupo, algo que no termino de entender.
El colofón final de la
obra lo pondrá la histórica “Black Diamond”, esa genialidad compuesta por Paul
Stanley que terminó convirtiéndose en una de las mejores canciones del cuarteto
en su medio siglo de existencia. Tras un inicio con alma de balada que el
propio Stanley canta con una suavidad cautivadora, la banda acelera el ritmo y
se nos abalanza con una canción dinámica en el plano instrumental, pero que
tiene como principal protagonista a Peter Criss, quien no solamente revienta su
kit con una pista desoladora (adoro esos golpes de cencerro), sino que toma el
control del micrófono y nos demuestra su valía como cantante, llegando a notas
altísimas que siempre me ponen el vello de punta. Tras un falso cierre, la
banda firma una especie de outro donde, justo después de un solo magistral de
Ace, la pista se va ralentizando a través de siniestros golpes de bajo y
percusión hasta desvanecerse por completo.
CONCLUSIÓN
Hablar del debut homónimo
de Kiss es hacer alusión a una de las obras más grandes y significativas en la
trayectoria de este grupo, aunque lo cierto es que su popularidad se multiplicó
un año después, tras editar ese directo imprescindible para todo melómano
titulado “Alive!” (1975). Prácticamente todas las canciones incluidas en este
LP terminaron convirtiéndose en hits inmortales del grupo.
En definitiva, “Kiss”
sentó las bases musicales que regirían en los siguientes álbumes del grupo. Sin
este jamás hubiéramos disfrutado de esa saga de obras maestras comprendidas
entre 1974 y 1977 (“Hotter Than Hell”, “Dressed To Kill”, “Destroyer”, “Rock
and Roll Over” y “Love Gun”), por lo que su importancia en la historia del Rock
ha sido crucial. Luego vendrían otras épocas marcadas por los cambios
constantes en la formación, el arriesgado coqueteo con las tendencias de la
época (“Dynasty”, “Unmasked” y “The Oath”) o los guiños al Heavy Metal
(“Creature of The Night”, “Revenge”,…), pero para eso tendríamos que esperar
todavía varias décadas. Esta reseña
Clásico total, no puede faltar en la colección de un rockero
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