No se me ocurría mejor momento para reivindicar el glorioso “Physical Graffiti” que el día en que se cumplen 50 años de su publicación.
En
1975, Led Zeppelin estaba en la cima del mundo. Habían pasado apenas seis años
desde su debut, pero en ese corto tiempo la banda había redefinido el Rock con
una serie de álbumes que, partiendo de unas raíces clásicas (Blues y Country
fundamentalmente). En solamente seis años el cuarteto nos había entregado
placas únicas (¿alguien se atreve a poner en duda la calidad de los cuatro
primeros LPs del grupo? ¿y el “Houses Of The Holy”?) y cargadas de himnos
generacionales como las archiconocidas “Stairway to Heaven”, “Dazed And
Confused”, “Heartbreaker”, “Black Dog”, “Rock and Roll” o “No Quarter” por
citar un par de ejemplos.
A
pesar de su éxito masivo, y dado el afán de la banda por no repetirse, Jimmy
Page, Robert Plant, John Paul Jones y John Bonham estaban en un momento de
creatividad imparable y decidieron que su siguiente trabajo sería su proyecto
más ambicioso hasta la fecha: un álbum doble que capturara toda la esencia de
Led Zeppelin, en todas sus facetas.
El
proceso de grabación comenzó en Headley Grange, una mansión rural en Inglaterra
donde la banda ya había trabajado en discos anteriores. Allí, en un ambiente
relajado y sin distracciones, la banda logró hacer realidad algunas de sus
ideas más rompedoras hasta aquel momento. Sin embargo, para completar el álbum,
Zeppelin decidió rescatar material inédito de sesiones anteriores, incluyendo
canciones descartadas de sus álbumes previos.
Fue
así como se engendró “Physical Graffiti”, un disco monumental que no solo
consolidó el estatus de Led Zeppelin como una banda para la eternidad, sino que
también se convirtió en una de las obras maestras indiscutibles del género. Con
15 canciones y más de 80 minutos de duración, el álbum es un viaje sonoro que a
muchos nos cambiaría la vida.
Además,
el arte de “Physical Graffiti” es tan icónico como su música. La portada
muestra un edificio de apartamentos de Nueva York, ubicado en el número 96 de
St. Mark’s Place, en Manhattan. Lo interesante de la cubierta es que las
ventanas del edificio están recortadas, lo cual permite que, al deslizar el
disco, las imágenes tras las ventanas cambien por completo (¡lo mismo te
encuentras a los miembros de la banda, que a King Kong, Cleopatra o a Lee!).
Esta idea hay que apuntársela al gran Peter Corriston, genio tras las
ilustraciones “Some Girls” y “Tattoo You” de los Rolling Stones.
Nos
sumergimos, pues, en un extenso análisis de los dos discos que terminarían
conformando uno de los álbumes más influyentes y completos en la historia del
Rock.
DISCO
1
Basta
con escuchar los primeros compases de “Custard Pie” para darse cuenta del nivel
de genialidad que Led Zeppelin alcanzaba en aquellos años. Aunque no sea un
clásico ni un tema revolucionario en lo estilístico, esta pieza inicial nos
permite disfrutar de una banda en plena gloria creativa. El pegajoso riff de
Page, acompañado por el groove hipnótico de Bonham y el toque Funky que John
Paul Jones extrae del clavinet, construyen una vibrante base instrumental sobre
la que Robert Plant despliega su faceta más provocadora y sensual.
Sin
ser de las más icónicas del LP, “The Rover”, originalmente compuesta para “Houses
of the Holy”, siempre ha sido una de mis favoritas de toda la obra. El trabajo
de guitarras de Page es simplemente descomunal, fusionando un riff festivo con
pasajes más etéreos, mientras que Plant juega con sus registros con maestría
absoluta, ofreciendo una interpretación vocal celestial. Bonham, por su parte,
aporta una batería llena de fills constantes, ejecutados con una
naturalidad apabullante.
Mi
pieza predilecta de Physical Graffiti es, sin lugar a dudas, el inmortal “In My
Time of Dying”, un Blues árido de más de 11 minutos que se transforma en una
auténtica odisea sonora. Basado en una composición original de 1928 de Blind
Willie Johnson, Zeppelin la llevó a su terreno, expandiéndola en duración y
dotándola de un sonido propio.
Tras
un inicio hipnótico de slide a cargo de Page, la canción avanza como una
serpiente cascabel hasta alcanzar un crescendo electrizante. Una vez que
explota, nos sumerge en una de las interpretaciones más intrincadas y
monstruosas de Bonham, quien marca el tempo con precisión quirúrgica mientras
nos sacude con su demoledora pegada. Los constantes cambios de ritmo, junto con
la letra inspirada en un Salmo bíblico donde un moribundo implora clemencia
divina, encuentran en Plant un narrador dramático e inigualable. ¿Quién no se
ha quedado boquiabierto al escuchar su desgarrador "Oh my Jesus!"
casi al final de la canción? Sin duda, uno de los momentos más memorables de la
banda.
Originalmente
descartada del álbum anterior, la inclusión de la homónima “Houses of the Holy”
en Physical Graffiti fue todo un acierto. De no haberlo hecho, nos habríamos
perdido uno de los temas más accesibles del disco, con melodías contagiosas y
un aire espiritual donde la dupla Plant-Page brilla en perfecta compenetración.
Llega
el turno de mi adorada “Trampled Under Foot”, la joya Funky por excelencia de
Led Zeppelin. Su ritmo pegajoso, impulsado por el clavinet distorsionado de
John Paul Jones, que siempre me ha recordado a “Superstition” de Stevie Wonder,
y unas guitarras con sabor callejero, la convierten en una pieza irresistible.
El groove imparable de Bonham y la sensualidad vocal de Plant terminan por
redondear un tema que, como es sabido, se erigiría como uno de los grandes
himnos de la banda.
Y
así llegamos a la célebre “Kashmir”, una de las mejores canciones en la
historia del Rock y una experiencia sonora única. Inspirada en los viajes de
Plant y Page por Marruecos, la pieza se apoya en una instrumentación de tintes
arabescos, honor al eterno riff de Page, realzada por imponentes
orquestaciones. Plant entrega aquí una de sus interpretaciones más teatrales,
dejando fluir su espiritualidad para hechizar al oyente. Tampoco pueden pasarse
por alto las aportaciones de Jones en los teclados, con arreglos de aire
oriental, ni el ritmo marcial de Bonham, que imprime un pulso inconfundible.
Así de magistralmente concluye el primer disco.
DISCO
2
Tras
cerrar el primer disco con la hipnótica Kashmir, da la impresión de que la
banda quiso prolongar esa atmósfera en la maravillosa In the Light, primer tema
de esta segunda parte del LP. La introducción de sintetizadores de John Paul
Jones nos sumerge en un mundo místico, al que pronto se suma la voz
distorsionada de un inspiradísimo Robert Plant, animándonos a sobreponernos a
la adversidad. Tras un arranque más cósmico, la canción va ganando luminosidad,
alcanzando su punto más optimista en ese bello pasaje de teclados y guitarra en
el minuto 4:20, repetido al cierre del tema. Un himno de redención y una de las
joyas ocultas del catálogo de Led Zeppelin.
El
respiro llega con la bucólica Bron-Yr-Aur, una bellísima pieza acústica e
instrumental de poco más de dos minutos, compuesta por Jimmy Page durante su
estancia en Gales. Solo puedo recomendarte, querido lector, que te dejes
fascinar por la solemnidad de sus arpegios y la afinación alternativa que este
genio de la guitarra nos regala.
Uno
de los temas más peculiares del LP, y que con los años he aprendido a valorar
como se merece, es Down by the Seaside. Esta pieza cambiante bebe del Folk y el
Country, evocando a Neil Young y The Band, pero también del Soul, gracias al
piano eléctrico de Jones y la sobresaliente interpretación de Plant. Su primera
mitad es cálida y sencilla, mientras que en la segunda gana en complejidad y
fuerza con la aceleración del ritmo y un punzante solo de guitarra de Page que
nos golpea por sorpresa desde atrás.
La
emotividad alcanza su punto álgido en la gloriosa Ten Years Gone, una canción
injustamente subestimada cuyo impacto emocional es innegable. Basta con prestar
atención a sus múltiples capas de guitarra para comprender por qué Page tardó
años en completarla. Mientras Plant canta sobre un amor perdido una década
atrás, la instrumentación, rica y cinematográfica, despierta en el oyente una
profunda melancolía.
Tras la complejidad del tema anterior, Night Flight apuesta por un tono más ligero y optimista, con un aire de Rock setentero que remite a Bad Company o Free. John Paul Jones desempeña un papel clave con su trabajo en el órgano, aportando un matiz casi góspel. La letra, un canto a la libertad, encaja a la perfección con el espíritu juvenil de la época.
El
Rock duro regresa con The Wanton Song, donde Page nos vuela la cabeza con un
riff cargado de adrenalina, perfectamente empastado con la agresiva batería de
Bonham. El solo de guitarra, salpicado de wah-wah, pone la guinda a esta
descarga de energía.
Nos
acercamos al final del álbum, pero aún quedan temas de gran personalidad, como
el desenfadado Boogie with Stu. La banda lo compuso junto al legendario Ian
Stewart, eterno pianista de The Rolling Stones, quien incluso toca en esta
canción. Inspirada en Ooh My Head de Ritchie Valens, la banda decidió acreditar
a su madre, ya que, al parecer, muchas de sus grandes canciones fueron escritas
por ella. El resultado es una jam de espíritu rockabilly que evidencia, una vez
más, la fuerte influencia del Rock & Roll de los años 50 en Zeppelin.
En
penúltimo lugar encontramos el relajado Blues acústico Black Country Woman,
otra pequeña joya oculta del grupo. Aunque parezca una composición sencilla (y
recalco lo de parezca, porque los arreglos de Page son más intrincados de lo
que aparentan), la naturalidad de la grabación y su aire evocador, tan cercano
al tercer álbum de la banda, logran mantener la atención del oyente de
principio a fin.
El
cierre llega por todo lo alto con la esencial Sick Again, un tema de Rock crudo
y turbio, guiado por el potente riff de Page y una percusión malintencionada de
Bonham, que nos devuelve a la intensidad con la que Physical Graffiti se
iniciaba. La letra ofrece una mirada amarga y despectiva sobre las groupies
menores de edad que en aquellos años seguían a las bandas a lo largo del
continente, un reflejo incómodo de la época y de la industria musical.
CONCLUSIÓN
No
es necesario ser un experto en música para darse cuenta de que “Physical
Graffiti” es una obra maestra del Rock que da buena cuenta de uno de los
momentos más creativos de Led Zeppelin a lo largo de su fugaz, pero casi
insuperable, carrera. “Physical Graffiti” es mucho más que un álbum doble; es
una declaración del poder artístico del cuarteto, el cual, a lo largo de 15
canciones, es capaz de moverse entre el Hard Rock más explosivo y el folk, el
blues y la experimentación más progresiva, sin caer en ningún momento, en el
relleno.
50 años después de su lanzamiento sigue siendo una obra ineludible y clave para entender el Rock.
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