Cuando hace unos meses decidí que en el blog reivindicaríamos el legado de bandas subvaloradas que produjeron álbumes inolvidables, tenía claro que Riot tendría, como mínimo, una o dos reseñas en los meses venideros. Esta banda estadounidense no solo nos ha dejado un vasto legado con discos de gran calidad, sino que, a día de hoy, sigue entregando álbumes frescos que convencen a sus seguidores.
De hecho, la historia de
esta banda me parece de lo más injusta, ya que, aunque pueda resultar
paradójico, tras más de treinta años enfrentando toda desavenencia con
lanzamientos discográficos sobresalientes, da la impresión de que la banda ha
vivido su mayor auge comercial y de fama después de que Mark Reale, su icónico
líder y guitarrista, falleciera en 2012 y la banda cambiara, como era lógico,
su nombre a Riot V. Un músico del calibre de Reale merecía haber vivido estos
tiempos junto a sus compañeros, pero la vida es así de cruel. Mark fue la mente
maestra detrás de cada etapa de la banda, siendo el responsable de seleccionar
a cada uno de los espectaculares cantantes que lo acompañaron (Guy Speranza,
Rhett Forrester, Tony Moore y Mike DiMeo hicieron un trabajo excepcional
durante su estancia en la banda), así como de introducir los cambios
estilísticos que la banda experimentaría a lo largo de las décadas y, por
supuesto, de mantener la calma cuando un nuevo contratiempo amenazaba con
acabar definitivamente con la existencia de la banda. Todo un ejemplo de líder.
Aprovecho este escrito
para recomendarles los álbumes más recientes de Riot V, quienes han sabido
seguir adelante sin Mark y, ya de paso, han acertado plenamente al presentar en
sociedad a un cantante tremendo como es Michael Todd Hall (¡qué voz!). En todo
caso, aunque ciertamente hay diferencias entre los Riot actuales y los de hace
treinta o cuarenta años, me permitirán aquí decir que los discos de Riot V
jamás podrán alcanzar el nivel de calidad de los eternos “Narita”, “Rock City”
o el sobresaliente “Fire Down Under”, que he querido rescatar en esta reseña
que he preparado con cariño.
FIRE DOWN UNDER: LA
CONSAGRACIÓN DE RIOT
Allá por 1981, unos
jóvenes Riot no terminaban de encontrar la manera adecuada para dar un golpe
sobre la mesa tras publicar dos álbumes excelentes, pero comercialmente flojos,
como “Narita” (1977) y “Rock City” (1979). En ambas obras se respiraba un Hard
Rock duro y compacto que iba muy en sintonía con el estilo practicado por sus
contemporáneos en aquel momento. Sin embargo, el mercado musical es así de
arbitrario.
Afortunadamente, una vez
que la sección rítmica se renovó con Kip Leming al bajo y Sandy Slavin a la
batería, la banda terminó convirtiéndose en una máquina sólida y perfecta de
Heavy Metal. Tras una serie de presentaciones en vivo de lo más prometedoras,
Mark Reale llevó a sus compañeros a los ya habituales Greene St. Recording para
dar forma a una colección de canciones crudas que dejarían por momentos el Hard
Rock de sus primeros dos álbumes para acercarse más al Metal que empezaba a
practicarse en tierras británicas con la NWOBHM. Sería un error pensar que todo
el mérito compositivo en esta obra es de Mark Reale. Si algo caracteriza a
“Fire Down Under” es que todos los miembros de Riot participaron y aportaron
ideas a la obra, tal y como puede observarse en los créditos del álbum. Esto no
es de extrañar cuando a tu lado tienes a otro guitarrista poderosísimo como
Rick Ventura (el mejor compañero de “hachas” que tuvo Mark) o al eterno Guy
Speranza, un cantante monumental que había demostrado su valía en los álbumes
previos del grupo y que, tras la gira promocional de “Fire Down Under”,
terminaría retirándose definitivamente de la música (¡lo que se perdió el
mundo!). Tampoco me gustaría ignorar el nivel tras la batería de Sandy Slavin,
un baterista que siempre me recordó a un gigante como Cozy Powell en su manera
de tocar y la enorme pegada que tenía tras su kit (uno de los grandes
responsables del endurecimiento de Riot).
Como en “Narita” y “Rock
City” (y en el resto de su extensa discografía), la portada del álbum nos
presenta nuevamente a Johnny, la inconfundible cría de foca que terminaría
convirtiéndose en la mascota y el símbolo por antonomasia de este grupo, esta
vez ubicada en un primer plano amenazante como si quisiera advertirnos de la
enorme agresión sonora que estamos a punto de sufrir.
Todo se inicia de la
mejor manera posible gracias a un clásico mayúsculo de la banda como es “Swords
And Tequila”, un corte inspiradísimo por el Metal Británico (su riff principal
podría haber sido parido por los Judas Priest de inicios de los ochenta) de
ritmo atronador y que cuenta con una interpretación eléctrica de Speranza,
quien poseía un registro idóneo para el Heavy Metal clásico. La marcha
martilleante de los versos deriva en un archiconocido estribillo festivo que
lleva más de cuarenta años sembrando el caos allá donde la banda se presenta en
vivo. Por si a la canción le faltaba algo, Mark Reale nos vuela la cabeza con
un acelerado solo donde podemos apreciar la enorme destreza que este músico
poseía.
Sin tiempo para pausa
alguna, la guitarra frenética de Reale abre fuego y nos perfora con la
incendiaria “Fire Down Under”, un corte de Speed Metal primitivo que, además de
contar con un solo catedralicio por parte del guitarrista, también permite
disfrutar de la desatada interpretación vocal de Speranza, quien tira de
potencia para dejar al oyente boquiabierto. Tras semejantes dos primeros
platos, ¿alguien es capaz de entender por qué han quedado relegados a un
segundo plano? Impresionante.
Unos arpegios diabólicos
bajan las revoluciones y nos dan la bienvenida a la oscura “Feel The Same” que
únicamente deja pasar algo de luz en un estribillo más colorido y hardrockero
que funciona a las mil maravillas. Una vez más debo añadir que se nota la
influencia de la NWOBHM en cada segundo de este número.
En cuarto lugar nos
encontramos con mi adorada “Outlaw”, un trabajo técnico y fino por parte de la
dupla de guitarras, que van hilando con elegancia esos versos tan callejeros
para, pocos segundos después, entregarnos un estribillo épico y pegadizo que, al
menos a mí, me evoca a los Thin Lizzy de “Jailbreak” y “Chinatown” (no será la
última vez que nombre a la banda de Phil Lynott en esta reseña), con ese tono
áspero y rebelde que caracterizó a los irlandeses, por no hablar del solo de
guitarras gemelas que Reale y Ventura nos regalan después. Numerazo que, como
cabía esperar, terminaría convirtiéndose en una de las canciones más famosas en
la carrera del grupo.
“Don’t Bring Me Down”
(no, no es una versión de la Electric Light Orchestra) recupera la faceta más
sucia de la banda gracias a un riff principal bien distorsionado y que avanza a
un ritmo realmente acelerado. El estribillo es de esos que, con solo un par de
escuchas, ya se queda grabado para siempre en la cabeza. Reale firma un solo
clásico con ciertas reminiscencias a Jimmy Page y Led Zeppelin (de hecho, el
riff principal también tiene detalles “zeppelianos”). Para mí, una secundaria
de lujo dentro de este LP.
Manteniendo el ritmo
frenético (y el “don’t” en su título), es la hora de “Don’t Hold Back” y su
propuesta macarra. El trabajo rítmico de Leming y Slavin es para quitarse el
sombrero, ya que erigen una base contundente que se mueve a un ritmo
martilleante mientras las guitarras y Guy se encargan de adornarla con unas
interpretaciones de primer nivel. Tal vez su momento más brillante llegue en el
pegajoso estribillo que repiten hasta la saciedad.
Sin duda alguna, la
canción que más me ha fascinado siempre de este LP es “Altar Of The King”, una
obra maestra de poco más de cuatro minutos de extensión que contiene todo lo
que uno siempre ha amado: una introducción neoclásica con ciertos guiños a los
primeros Rainbow, una irrupción de guitarras gemelas y bajo contundente
inspirados en sus adorados Thin Lizzy (¿no les prometí que volvería a
mencionarlos?), una interpretación vocal maravillosa por parte de Speranza, un
estribillo que va al grano y un solo de los que te quitan el hipo previamente
introducido por una nueva exhibición de twin guitars. Señorías, esta es,
probablemente, la canción que más me gusta de Riot y solo puedo recomendarles
su escucha, si es que no la conocen.
Aunque pudiera parecer
que sería muy difícil seguir al mismo nivel de calidad que el número previo,
Rick Ventura firma la desenfadada “No Lies”, una composición que cumple con los
cánones del Hard Rock más clásico en el que las guitarras rítmicas gozan de un
gran protagonismo (me encanta el pequeño punteo que firman al final de cada
estribillo), sin por ello dejar de destacar tanto el solo de Reale como el
trabajo coral en un estribillo que recuerda a los mejores AC/DC.
¿Qué tal un poco más de
agresividad? “Run For Your Life” salta a escena pisoteando todo lo que se pone
a su paso con un ritmo frenético y un sobresaliente trabajo de guitarras que,
una vez más, me hace pensar en los primeros Judas Priest. Esto es Heavy Metal
elevado al máximo exponente, donde da la sensación de que, en cualquier
momento, la banda terminará descarrilando cual tren fuera de control. Mucha
atención al inspiradísimo solo de Reale, que podría ser el mejor de todo el LP,
sin pasar por alto el riff principal que Rick introduce justo después.
Nuestro maravilloso viaje
finaliza con la instrumental “Flashbacks”, una canción acreditada a todos los
miembros del grupo, quienes no dudaron en aportar su propia maestría individual
para poner el broche de oro a un álbum inmortal. Es una pista bastante curiosa
y que roza lo experimental, ya que la banda entrelaza la propia canción con
efectos y grabaciones en vivo de público durante sus giras previas, así como lo
que parece ser una entrevista a algunos de sus miembros (por algo se llama
“Flashbacks”).
CONCLUSIÓN
Estoy intentando sacar un
hueco para ir a una tienda de sombreros y comprarme uno solamente para
quitármelo ante un disco de la categoría de “Fire Down Under”, la obra por
excelencia de Riot, una banda que ayudó a sentar las bases del género en los
años ochenta con una propuesta sincera y ambiciosa.
Pronto vendrían otros
grandes títulos como “Born In America”, el icónico “Thundersteel” o “Restless
Breed”, que, moviéndose en otros estilos, terminarían por agrandar el legado de
la banda. Sin duda, y sin olvidar las diferencias estilísticas entre esta primera
etapa de la banda y todo lo que se produciría posteriormente, para mí no hay
álbum más grande en su catálogo que “Fire Down Under”.
Esta reseña se la quiero dedicar a la memoria de Mark Reale y Guy Speranza, dos absolutos genios del Heavy Metal.
Aprovecho para compartirles una grabación en vivo de la banda que data del mismo año y que nos permite disfrutar del poderío que estaba banda también demostraba en cada concierto que ofrecían. Si a esto le sumamos un repertorio que combina lo mejor de este álbum junto a algunos numerazos de "Narita" y "Rock City".
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