Aunque todavía faltaban unos añitos para que vuestro humilde redactor naciera, puedo imaginar la emoción de los seguidores de Deep Purple cuando, a inicios de 1984, los medios de comunicación comenzaron a verter rumores sobre una posible reunión de la Mark II, su formación más exitosa, para grabar un nuevo álbum tras más de diez años de ausencia (recordemos que, independientemente de la notable época con David Coverdale y Glenn Hughes y los tres álbumes que sacaron junto a estos grandes músicos, la última obra que la Mark II lanzó con todos sus integrantes presentes fue “Who Do We Think We Are?” que data de 1973).
La trayectoria de Deep
Purple nunca ha sido del todo tranquila. Ni siquiera cuando el quinteto
disfrutó de sus tiempos de mayor gloria, a principios de los años 70, los
constantes conflictos y disputas entre sus miembros, especialmente entre Ian
Gillan y Ritchie Blackmore (una de las rivalidades más trascendentales en la
historia del Rock), generaban una inestabilidad en el seno del grupo que
amenazaba con explotar en cualquier momento. Resulta paradójico que, pese a
tanta tensión, el conjunto entre 1970 y 1972 lanzó una de las mejores triadas
de álbumes que se recuerden (“In Rock”, “Fireball” y “Machine Head”), por no
hablar del que, al menos para mí, es el mejor álbum en vivo de la historia del
Rock (“Made In Japan”), algo que, pese a la juventud que poseían en aquel
momento sus miembros, les consagró como leyendas absolutas del género, así como
una de las bandas más influyentes de la historia. Es por ello que, conforme la
Mark II comenzó a perder miembros por el camino debido a los malos rollos que
no dejaban de crecer con el paso de los días, Deep Purple comenzó a perder algo
de su esencia musical. Por cierto, que no los he presentado, los componentes de
esta formación eran los ya mencionados Ian Gillan y Ritchie Blackmore, Ian
Paice, Roger Glover y Jon Lord,
Las primeras dos bajas de
esta formación llegaron con los polémicos despidos de Gillan y Glover, quienes
fueron reemplazados por David Coverdale y Glenn Hughes (honor a estos dos
músicos que aportarían grandes ideas para el álbum “Burn”). Un par de años más
tarde, y debido a su desarraigo con el estilo más Funky que Deep Purple había
comenzado a desarrollar, Blackmore también se marcharía del grupo, siendo el
eterno Tommy Bolin su sustituto.
UN HIATO CARGADO DE BUENAS
EXPERIENCIAS
Después de que en 1975 se
lanzara al mercado “Come Taste The Band” (1975) y su gira promocional finalizara,
el grupo quedó en una especie de standby indefinido. Sin embargo, desde
ese momento y hasta la reunión de 1984, puede afirmarse que todos los miembros
de la Mark II vivieron tiempos muy positivos en sus diferentes proyectos
solistas.
Sin duda alguna, Ritchie
Blackmore es quien más puede presumir de su trayectoria durante aquellos años
gracias a la fundación y el éxito rotundo de Rainbow, banda en la que desde
1978, también militaría Roger Glover. Este último, además, se había convertido
en aquellos momentos en un reputadísimo productor musical tras su gran labor
con Nazareth, Judas Priest, Rory Gallagher o Elf (la primera banda de Ronnie
James Dio). Por su parte, Ian Gillan, además de lanzar algunos álbumes en
solitario bastante buenos bajo los nombres de Ian Gillan Band y Gillan (algunos
de estos, por cierto, producidos por Roger Glover), tuvo un breve paso por
Black Sabbath, con quienes grabó el “Born Again”, una obra infravalorada y de
poco éxito comercial que tampoco recibió gran apoyo en las posteriores giras.
Finalmente, tanto Jon Lord como Ian Paice formaron parte de los primeros, y muy
exitosos, años de vida de Whitesnake, la banda fundada por David Coverdale que,
como sabrán, terminaría también convirtiéndose en inmortal.
EL REGRESO DE LA BANDA PÚRPURA
Sin embargo, en 1984 el
deseo compartido por parte de estos músicos de limar asperezas y, si todo iba
bien, grabar un álbum comenzó a cobrar peso. Hay que señalar un par de
acontecimientos que también favorecieron este deseo de volver al redil: Rainbow vivía un momento bastante malo a nivel
de popularidad debido al fracaso comercial del insípido “Bent Out Of Shape”,
Ian Gillan no había terminado de consagrarse en Black Sabbath, Jon Lord se
había alejado de Whitesnake debido a su evolución sonora e Ian Paice, que había
estado tocando con Gary Moore durante el último año, estaba dispuesto a dejar
el grupo si el resto de compañeros se reconciliaban y, por ende, el regreso de
Deep Purple se terminaba confirmando.
A principios de ese año
toda la banda se reunió tras su distanciamiento en los estudios “Horizons"
en Stowe (Vermont) para, inicialmente, establecer una serie de condiciones para
que esta segunda etapa de la Mark II fuera próspera y, de paso, comenzar a
componer y grabar nuevas canciones que terminarían formando parte de su nuevo
álbum de estudio. Dos de los grandes acuerdos a los que llegaron fueron, primeramente,
que Roger Glover, además de tocar el bajo, se encargaría de la producción del
álbum, y, en segundo lugar, que las composiciones no volverían a acreditarse a
todo el grupo, sino solamente a aquellos que realmente hubieran participado en
el proceso creativo.
Curiosamente, “Perfect
Strangers”, la canción que terminaría dando nombre al disco, contiene un
maravilloso videoclip que documenta a la perfección cómo fue el reencuentro en
aquellos estudios (hay un plano muy curioso en el que Blackmore comienza a dar la
mano a sus compañeros y, al llegar a Ian Gillan, se queda dudando entre
saludarlo o no) y el progresivo buen rollo que comenzó a crearse con el paso de
las semanas.
¿Sería la banda capaz de
recuperar su esencia musical tras tantos años de ausencia? ¿Quedaría “Perfect
Strangers” en algo anecdótico?
EL ÁLBUM
Tras tantos años de
espera, los primeros segundos de “Knocking At Your Back Door” hicieron realidad
lo que durante mucho tiempo parecía una utopía. El primer tema del álbum no
podía iniciarse de manera más épica. Primero aparecía en escena Jon Lord dibujando
una siniestra línea con su Hammond (siempre me ha recordado a la de la película
“Tiburón”) que pronto será acompañada por el punzante bajo de Roger Glover y la
precisa batería de Ian Paice. Con Blackmore ya en escena dibujando los primeros
riffs emergía pocos segundos más tarde la inigualable voz de Gillan, quien
había ganado madurez con el paso de los años y los álbumes que había lanzado en
los últimos años. La magia y compenetración de estos genios seguía ahí, aunque
hubiera pasado muchos años distanciados. Por supuesto, el amigo Ritchie
Blackmore no faltaría a su cita con la destreza y nos entrega el primero de
muchos solos sobresalientes que podemos encontrar en este LP. En definitiva,
siete minutos de absoluta pasión sonora que, para nuestra inmensa fortuna, vino
acompañada de un videoclip de estética futurista en la que unos arqueólogos
encontraban los viejos instrumentos empleados por la banda.
La propuesta se vuelve
más cruda en la posterior “Under The Gun”, un corte más eléctrico y oscuro
(enorme el trabajo de guitarra y teclados desde las primeras de cambio que
aportan tintes dramáticos al resultado final) que podía haber formado parte de
cualquier obra que estos genios lanzaron en la década de los setenta. Gillan
ruge a placer durante cada sección del número, alargando con elegancia algunas
notas durante los versos para, segundos después, elevar la agresividad en ese
puente-estribillo inolvidable. Por si todavía faltaba añadir algo a semejante
temazo, Blackmore se arranca con un extenso y magistral solo de guitarra en el
que, durante varios segundos, rinde un pequeño tributo a la popular melodía de
“Pomp and Circumstances” Edward Elgar (la canción que se emplea en las
graduaciones americanas, vamos).
Tras una introducción
espacial firmada por Jon Lord y sus teclados llegamos a la vacilona y ochentera
“Nobody’s Home”, una canción llena de Groove que Ian Paice borda tras su
batería (¡arreglos de cencerro incluidos!) y que nos permite disfrutar de un
extenso solo del eterno Lord, quien, por cierto, firma junto a Blackmore una
sólida y pegadiza sección rítmica de teclado-guitarra que permite, además, que
Roger Glover pueda moverse a placer con su bajo, especialmente en las secciones
intermedias. No he nombrado a Gillan hasta ahora en esta canción porque lo he
reservado para el final. Y es que la interpretación vocal de este es para
quitarse el sombrero, llegando a un par de agudos monumentales durante sus versos.
No sé si soy el único que al escuchar esta pieza se acuerda de “No One Came” de
mi adorado “Fireball”, pero con unos arreglos más ochenteros. Sea como fuere,
estamos ante otro número sobresaliente.
Tal vez sean cosas mías,
pero “Mean Streak” parece una canción perteneciente al catálogo de Ian Gillan
en solitario (me hubiera encajado perfectamente en “Mr. Universe”, por
ejemplo). La elegancia vocal del cantante sale a relucir desde el principio en
esta composición de aires blueseros en sus versos (ojo al agudo que firma en el
segundo 50 de canción) y que se encrudece ligeramente en un buen estribillo
donde Blackmore y Lord aportan su toque maestro tras sus respectivos
instrumentos. El primero, además, firmará otro solo “marca de la casa” donde,
sin necesidad alguna de correr por el mástil, nos deleita con otra pequeña
exhibición de maestría. Para mí una secundaria de lujo en este LP con la que la
primera cara llegaba a su fin.
Para iniciar la escucha
de la segunda mitad del álbum creo que es necesario ponerse en pie y llevarse
la mano al pecho ya que, como muchos sabrán, es la hora de uno de los grandes
clásicos de Deep Purple. No sé exactamente qué hace especial a “Perfect Strangers”,
pero me parece una de sus canciones más perfectas e hipnóticas. Empezando por
esa breve, e inconfundible, introducción de teclados de Jon Lord que pronto es
acompañada por el resto del grupo en peso, estamos ante un número que mantiene
nuestra atención intacta durante sus más de cinco minutos de extensión. La
manera en que canta Ian Gillan, especialmente durante los versos, o el
posterior interludio instrumental (parece inspirada en “Kashmir” de Led
Zeppelin) beben de la tradición arábiga, permitiéndonos disfrutar de una faceta
algo menos explotada por parte del quinteto. Además, necesito destacar la
contundente base rítmica propuesta por Paice y Glover, que avanza a un ritmo
marcial durante todo el número. Cabe añadir la presencia más secundaria de Ritchie
Blackmore, quien también estará tras las secciones rítmicas del tema,
incluyendo algunos fraseos de tintes orientales pero sin llegar a firmar un
solo como tal.
¿Es posible mantener el
nivel tras semejante maravilla? Tratándose de Deep Purple creo que toda duda
ofende si tenemos en cuenta que es la hora de “A Gypsy’s Kiss”, una canción
“Made In Blackmore” que parece sacada de los mejores Rainbow (piense, querido
lector, en el riff principal de “Kill The King” sin ir más lejos), con esas
guitarras de tintes neoclásicos que nuestro querido Ritchie había comenzado a
poner de moda dentro del Rock. La velocidad del corte nos permite, además,
disfrutar de esa faceta más eléctrica de Gillan que tanto nos gusta, rugiendo
como un poseso durante la mayor parte del número. Palabras mayores para ese
duelo de guitarra y teclados que encontramos a mitad de pista, donde Blackmore
y Lord, hacen gala de su enorme compenetración firmando líneas similares en sus
respectivos instrumentos, así como deleitándonos con pequeños solos
individuales. Y es que, si me lo permiten, me atrevo a decir que ninguna otra
banda ha sido capaz de casar con tanta magia los teclados y la guitarra (lo que
hay cuando tras sendos instrumentos tienes a dos auténticos maestros). Si me lo
permiten, comparto una versión en vivo extraída del directo “Perfect Strangers
Live” porque, a mi modo de ver, es incluso mejor que la grabación de estudio
(¡no tiene desperdicio alguno!).
Sin alejarnos de las
referencias a Rainbow, “Wasted Sunsets” nace como un medio tiempo neoclásico
altamente emotivo creado para el lucimiento absoluto de Ian Gillan, quien firma
una interpretación absolutamente lacrimógena tras el micrófono, y de un colosal
Ritchie Blackmore, que no deja de introducir fraseos a lo largo de la escucha
para, posteriormente, dejarnos boquiabiertos con dos extensos solos plagados de
técnica y que desprenden una emotividad absoluta.
Todo llega a su fin de la
mano de “Hungry Daze”. Esta última pieza, si bien se mantiene en los terrenos
neoclásicos de las últimas canciones (adoro esa melodía veloz que Lord y
Blackmore imponen desde el principio y que se repite al final de cada estribillo),
también cuenta con un tono más moderno en el plano rítmico y vocal. Todos los
honores para el bueno de Ian Gillan, quien canta a placer una letra de tintes
autobiográficos donde hace alusión a los años dorados del grupo (incluyendo un
pequeño guiño al incendio del Casino de Montreux que inspiró “Smoke On The
Water”).
Las posteriores
reediciones se incluyeron dos canciones bastante disfrutables como la animada
“Not Responsible” (en su momento solamente estaba disponible en la versión de
cassette) y esa extensa oda instrumental “Son Of Alerik” (cara B del single de “Perfect
Strangers”), que datan de las mismas sesiones de grabación y que, al menos para
mí, tal vez queden condenadas a un segundo plano en términos de calidad si las
comparamos con las ocho canciones que conformaron la versión original del
disco. Con esto no digo que sean canciones malas o anecdóticas (¡todo lo
contrario!), pero cierto es que no están al nivel sobresaliente del resto de
composiciones que hemos desgranado durante esta entrada.
CONCLUSIÓN
Es posible que muchos
seguidores temieran que “Perfect Strangers”, una obra que había despertado un
interés enorme a lo largo y ancho de la geografía mundial, pudiera terminar
convirtiéndose en el típico álbum artificial que, más que traer ideas frescas,
se torna en el típico ejercicio de melancolía que algunas bandas firman cuando,
tras años separados, vuelven a juntarse para recordar tiempos mejores y, ya de
paso, hacer caja. Obviamente, tratándose de cinco auténticos genios como Ian
Gillan, Ritchie Blackmore, Roger Glover, Ian Paice y Jon Lord, era imposible
que algo así sucediera.
Para mí “Perfect
Strangers” forma parte de ese club selecto de obras maestras que nos ha
regalado Deep Purple a lo largo de los años. Quiero matizar aquí que, en
términos sonoros, no se puede comparar con “In Rock”, “Fireball” y/o “Machine
Head”, ya que estas se caracterizaron por un sonido más sucio y juvenil que
terminaría provocando el nacimiento del Heavy Metal. La experiencia sonora que
“Perfect Strangers” ofrece es diferente. Sus canciones, todas compactas y sin
algún tipo de elemento prescindible, muestran a una banda mucho más madura y
curtida que, sin darle la espalda a su pasado, supo adaptar su enorme
virtuosismo compositivo a las demandas sonoras del momento.
El éxito de ventas y la
oleada de críticas favorables permitió al grupo reencontrarse con sus
seguidores de todo el mundo con una enorme gira planetaria que terminó
resultando un éxito y que quedaría registrada en el recomendadísimo álbum en
vivo “Perfect Strangers Live”, que poco tiene que envidiar al histórico “Made
In Japan”. No tardarían en volver a reaparecer las viejas rencillas entre Blackmore
e Ian Gillan, quienes todavía serían capaces de soportarse durante un par de
álbumes más antes de su divorcio definitivo y el abandono de Ritchie…pero eso
ya es otra historia que algún día tocará contar.
De momento solamente
puedo recomendarles encarecidamente la escucha de un álbum trascendental como
es este “Perfect Strangers”, que trajo consigo la primera gran reunión de una
banda mastodóntica.
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