A finales de este año, concretamente el 22 de noviembre, se cumplirán treinta años del lanzamiento de “Vitalogy”, uno de los álbumes de Grunge más grandes que se recuerden y que terminó de consagrar a Pearl Jam, si es que “Ten” y “Vs” no lo habían hecho ya, como una de las bandas más grandes de la década de los 90. Creo que es motivo más que justificado el hecho de sentirse afortunado de que a día de hoy, la imperecedera banda originaria de Seattle todavía siga en activo y tenga muchas cosas que decir (o que cantar) a su inmensa legión de seguidores.
Si hay algo que ha
caracterizado al grupo es su constante evolución como compositores,
convirtiendo cada nuevo álbum en una experiencia sonora diferente a la
anterior. Por eso, a día de hoy me sigue resultando llamativo el hecho de que
un gran número de seguidores de Pearl Jam “de toda la vida” todavía aspire a
escuchar en pleno 2024 un álbum con la oscuridad o la potencia de “Ten”,
“Vitalogy” o “VS” (por nombrar tres de sus obras más impresionantes). Para bien
o para mal (dejo a cada lector la libertad para posicionarse al respecto), la
banda nunca se ha asentado en un solo estilo, mostrando una enorme a lo largo
de las décadas que se ha saldado con álbumes tan diferentes como “No Code”
(adoro este LP), “Binaural” o el infravalorado “Pearl Jam”. Otros dos que cabe
citar aquí son los más recientes “Lightning Bolt” y “Gigaton”, donde el grupo
ha optado por adentrarse más que nunca en terrenos experimentales, predominando
más los temas lentos y melódicos (prueba de ello son “Buckled Up”, “River
Cross” o la bella “Seven O’Clock”) que los movidos, aunque siempre dejen algún
huequito para un meneo decibélico como “Mind Your Manners” o “Superblood
Wolfmoon”.
En pleno 2024, y
manteniéndose fieles a sus propios principios compositivos, ve la luz “Dark
Matter”, la duodécima placa del conjunto cuyo título hace alusión a la Materia
Oscura, ese elemento que está en todo el Universo, que ocupa un espacio
e interactúa con la gravedad, pero que es invisible. El grupo ha vuelto
a contar con el afamado Andrew Watt, uno de los productores más solicitados del
momento tanto dentro como fuera de las fronteras del Rock, quien también ayudó
a Eddie Vedder su reciente obra solista, “Earthling”. Aquí quiero confesar que
no soy muy seguidor de Watt y su forma de producir ya que, a mi modo de ver,
tiende a quitarle cierta distorsión a las guitarras, algo que en este nuevo
álbum vuelve a resaltar. Otro nombre propio a tener en cuenta en este álbum es
el de Josh Klinghoffer, el polifacético músico reclutado por el grupo para sus
directos tras su salida de Red Hot Chili Peppers, quien ha sido participado
activamente en este álbum, encargándose de todos los teclados.
Tres semanas en el
estudio fueron más que suficiente para dar cuerpo y grabar una obra que el 19
de abril ve la luz para fortuna de todos aquellos que llevábamos mucho tiempo
huérfanos de música por parte de estos iconos musicales aún en plena forma. De
hecho, pocas semanas después los fans podrán disfrutar de su excelente directo
en un Tour por Europa y Estados Unidos que no ha quedado exento de polémica
debido al elevadísimo precio de las entradas, algo que despertó el enfado
generalizado, y justificado, de sus seguidores (hay que ver cómo han cambiado
los tiempos…).
Dejando toda polémica a
un lado, creo que es hora de entrar en materia musical…¡dentro música!
Todo se inicia con “Scared
Of Fear”, una pieza marcada por unas enormes dosis de distorsión y una potencia
que puede recordar por momentos a sus mejores tiempos. Las guitarras y la batería
de Cameron nos sacuden con una base martilleante sobre la que Eddie Vedder emergerá
para recordarnos por qué siempre se le ha etiquetado como uno de los mejores
vocalistas de todos los tiempos (el paso de las décadas le ha otorgado una
mayor madurez al micro). El estribillo se graba en seguida en la mente de
cualquiera, con esos fraseos tan bien acompasados (“You're hurting yourself,
it's plain to see //I think you're hurting yourself just to hurt me”), así
como el breve interludio más lento que precede a un final más acelerado en el
que Vedder se desgañita al mismo tiempo que McCready dibuja desde la sombra diversos
punteos cargados de magia.
Sin levantar en ningún momento
el pie del acelerador, el bajo de Jeff Ament retumba en nuestro oído para meternos
de lleno en “React, Respond”, otra canción que no hubiera desentonado en “VS” o
“Vitalogy” por su propuesta incendiaria y veloz tan bien construida tanto a
nivel instrumental como vocal. Me gustaría destacar aquí un momento épico que
se produce casi al final del corte, cuando una risa malévola soltada por Vedder
aparece por sorpresa y, seguidamente, es McCready quien se roba todo el protagonismo
con un solo aceleradísimo y cargado de esa técnica que tanto adoramos.
“Wreckage” fue un
flechazo a primera escucha. Balada de inspiración Country con ciertas
reminiscencias a “Daughter” (salvando las distancias, ¿eh?), que en seguida se
torna irremediablemente disfrutable y que ofrece al oyente todos los elementos
que desea encontrar en este tipo de piezas: una actuación sentida de Eddie
Vedder, guitarras cargadas de arreglos melódicos, una segunda mitad más movida
y un estribillo inolvidable. Debo señalar aquí la adictiva línea de bajo de
Jeff Ament que inicia cada nuevo estribillo, golpeando con un plus de
protagonismo y que no puedo evitar tararear cada vez que la canción vuelve a
sonar en mi aparato de música. Un acierto de pieza que, sin duda, ha ido
subiendo puestas en mi lista de favoritas y que en directo seguro que funciona
a las mil maravillas.
"Dark Matter",
el tema que da título al álbum, fue elegida sabiamente como single por su
estructura simple y constante, que tanto debe a la densa base de guitarras y
Jeff Ament, y que es redondeada por un estribillo de fácil digestión. No, no es
la canción más grande del LP, ni es tan pegadiza como otros sencillos que ha
lanzado la banda, pero funciona bastante bien con el paso de las escuchas. Su
final es algo más explosivo y eléctrico (honor nuevamente para McCready), dejando
un sabor de boca positivo.
El gran error del disco es,
sin duda, “Won’t Tell”. Esta canción explota unos terrenos más comerciales y
sin algún tipo de interés, ofreciéndonos un estribillo extremadamente meloso y
carente de pegada que, por si fuera poco, se repite hasta la saciedad.
Solamente me parece salvable la sonoridad alternativa de esos versos iniciales
que parecen vaticinar un resultado general más prometedor que lo que finalmente
encontramos. En cualquier LP de Pearl Jam hubiera desentonado enormemente.
Las buenas sensaciones no
tardarán en volver a emerger gracias a “Upper Hand”. Estamos ante una pieza que se inicia con una
extensa introducción de teclados (gran incorporación la de Josh Klinghoffer) y
de guitarra que va despertando en nosotros cierta curiosidad respecto a lo que
se nos viene encima. Estamos ante un corte denso que rápidamente te atrapa gracias
a la dramática interpretación de un soberbio Vedder, quien va hilando con elegancia
cada verso mientras las guitarras crean unos versos arpegiados realmente
logrados (salvando nuevamente las distancias, me ha recordado a mi adorada “Nothing
As It Seems” del progresivo “Binaural”). El estribillo aporta algo de luminosidad
antes de devolvernos a la senda experimental que domina el corte. Antes de que
todo termine, la intensidad subirá considerablemente, permitiéndonos así
disfrutar de un logrado momentazo compartido por Mike y Eddie que nos lleva en
volandas hasta el final de este temazo.
Una canción que ha ganado
enteros con cada nueva escucha es “Waiting For Stevie”, una pieza que vuelve a
mandarnos de una patada a la faceta más noventera del grupo gracias a esa instrumentación
que combina momentos compactos con otros más melódicos, teniendo como
denominador común a un estelar Eddie Vedder haciendo lo que le da la gana con
su garganta. Y justo cuando parece que la canción puede tornarse algo monótona,
McCready empuña su guitarra y firma el que para mí es el mejor solo del disco y,
a buen seguro, uno de los más destacados de toda su trayectoria, desplegando
toda su magia por todos los rincones de su mástil durante más de un minuto. Como
es sabido, el primer boceto de esta canción fue escrito por Eddie Vedder mientras
este esperaba la llegada del mismísimo Stevie Wonder para que grabara sus
líneas de piano para “Try”, uno de los temas incluidos en su álbum “Earthling”
(de ahí el título de esta canción).
Desde su lanzamiento como
segundo adelanto del disco, reconozco que he escuchado en bucle “Running”, una
canción con un sentimiento más punkarra que evoca los momentos eléctricos del
“Backspacer”, aunque con arreglos contemporáneos (nótese la mano de Andrew Watt
en la producción). De hecho, es una canción que no hubiera desentonado en el
reciente álbum solista de Eddie Vedder, “Earthling” junto a temas como “Rose Of
Jericho” o “The Dark”. Corte trepidante e incisivo que, al menos a mí, me ha
encantado.
Aunque con las escuchas
mejora, para mí “Something Special” suena más a canción en solitario de Eddie
Vedder que a Pearl Jam, con esos guiños notorios a su adorado Tom Petty, a
quien tantas veces ha homenajeado en el pasado. Tiene muchas papeletas para
caer en el olvido, pero la interpretación vocal de Ed y el acompañamiento acústico
del grupo no desmerecen en absoluto.
No me extraña que muchas
reseñas internacionales citen a The Who cuando se detienen a analizar “Got To
Give”. Y es que esas guitarras alegres y distorsionadas podrían haber sido
fácilmente grabadas por Pete Townshend. Corte alegre que cumple con su cometido
de sacarle una sonrisa al oyente, aunque no ofrezca nada realmente reseñable.
La obra termina de manera
muy convincente de la mano de “Setting Sun”, un corte de calado más espiritual
en el que las guitarras acústicas y una percusión tribal van creando una preciosa
base instrumental que Eddie Vedder aprovecha con maestría para mecernos con sus
registros más sentidos. Aunque la intensidad crece con el paso de los versos,
en ningún momento el grupo decide recurrir a un final apoteósico o decibélico,
optando acertadamente por mantener la solemnidad predominante en este último
tema con el que nuestro baile con la “materia oscura” llega a su fin.
“Dark Matter” se vale de
once canciones para resumir más de tres décadas de trayectoria: aquí hay hueco
para sensibilidad contemporánea de “Gigaton” o “Lightning Bolt”, pero también
para la experimentación de “Binaural” o “No Code”, la rudeza de “VS”, “Ten” y “Vitalogy”
o la solemnidad melódica de “Yield”.
No. Ni mucho menos es un
disco perfecto (hay dos piezas que me sobran) y me parecería una calamidad
compararlo con cualquier obra clásica del grupo, pero puedo afirmar que hacía
bastante tiempo que un nuevo LP de Pearl Jam no me dejaba tan buen sabor de
boca como este.
Hay muchas noticias
buenas en este duodécimo álbum de los de Seattle y eso, amigos míos, ya es
motivo suficiente para sonreír. Obra tremendamente disfrutable de estos sexagenarios
que siguen igual de hambrientos de éxitos que hace treinta años.
¡Larga vida a Pearl Jam!
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