Def Leppard es uno de los mejores ejemplos del término “adaptación a los tiempos” que han existido en el Rock. Si la electricidad de sus primeros dos álbumes les permitió extrañamente, formar parte del pequeño grupo de “fundadores” de la llamada NWOBHM (New Wave Of British Heavy Metal) junto a bandas realmente heavies como Iron Maiden, Judas Priest o Saxon (el hecho de ser británicos y tener canciones distorsionadas les llevó a entrar en este grupo), su posterior apertura a los sonidos “para todos los públicos”, dando más presencia a los arreglos tecnológicos, especialmente en las bases de percusión, y tomando influencias musicales de todo tipo también les permitió concentrar grandes éxitos, pese a que no toda fanaticada supo encajar este cambio. En la presente reseña nos vamos a centrar en la consolidación de ese cambio, hablando concretamente del álbum que cambió para siempre a Def Leppard y, para alegría o desgracia de sus seguidores, el más exitoso en ventas de su vida.
Ya con el controvertido “Pyromania” (1983) el grupo
había dado un golpe sobre la mesa, presentando varias canciones que distaban
bastante de lo mostrado en sus dos primeras placas. Gran parte de la “culpa”
recayó en la llegada del afamado productor Robert “Mutt” Lange (“Back In Black”
de AC/DC lleva su firma, así que imaginaos el nivel de este icono), quien dotó
al grupo de la tecnología más adelantada en aquel momento, ayudándoles a crear
un sonido muy personal en aquel momento. Pese al desencanto de algunos fans,
este trabajo fue un auténtico éxito de ventas en la época (actualmente se
estima que han vendido más de 25 millones de copias en el mundo), lo cual
terminó convenciendo al quinteto y a su productor para seguir explotando esta versión
más sofisticada de Def Leppard. Fue así como surgió “Hysteria”.
Lamentablemente, lo que parecía que sería una grabación tranquila y en la que las ideas fluirían rápidamente, se convirtió en un auténtico infierno por la sucesión de complicaciones que fueron surgiendo, como por ejemplo unas paperas que dejaron a Joe Elliot fuera de juego durante seis semanas (le fueron diagnosticadas justo cuando tenía que grabar su voz) o un accidente grave de coche de “Mutt” Lange que casi le cuesta la vida y que retrasó la grabación otros tres meses. No obstante, ninguno de estos lamentables episodios se compara con la tragedia que sufriría el bueno de Rick Allen, batería del grupo, en la nochevieja de 1984…
…el músico iba conduciendo en un pueblo cerca de
Sheffield, Inglaterra, cuando tomó mal una curva, perdiendo completamente el
control y estrellándose contra un gran muro de piedra. El coche siguió
volcando, y Rick, quien no llevaba abrochado el cinturón de seguridad, salió
despedido por la ventana, perdiendo el brazo en ese instante. Pudo haber
perdido también la vida, pero tuvo la suerte de vivir para contarlo. Nada pudo
hacer el médico que fue a socorrerlo rápidamente. Intentó conservar en hielo el
brazo de Rick hasta llegar al hospital, pero este terminó infectándose y, por
tanto, quedó inutilizable.
El disco llegaría a las tiendas en agosto de 1987 convirtiéndose
en poco tiempo en el LP más famoso del grupo con más de 30 millones de copias
vendidas alrededor del globo terráqueo y con varios de sus singles ocupando las
posiciones de honor en diversas listas de éxitos internacionales. Este éxito
les llevó a realizar una gira con más de 220 fechas…¡una auténtica barbaridad!
Comenzamos nuestra escucha con “Women”, una canción
cuya excelente producción y arreglos dejaban entrever la innovación sonora que
comenzaba a experimentar el conjunto británico. El Hard-Rock de sus primeros
álbumes daba paso ahora a ritmos más lentos y melódicos, así como a unas capas
de voces (no solo la de Elliot sino de unos coros cada vez más presentes) cada
vez más tecnificadas. También sobre los cuatro minutos hay un buen parón creado
para reclamar la participación del público en los directos que creo que terminó
sirviendo de base para tantas canciones que estaban por llegar. Tanto el
estribillo como el breve, pero soberbio, solo de guitarra son dignos de todos
los honores en este primer plato de un disco tan importante como este.
Mi preferida del LP es “Rocket”, una pieza de
Hard-Rock melódico obtenida a partir de un trabajo de guitarras sensacional (la
compenetración aquí de ambas hachas es fundamental) y de una batería sólida y,
por momentos, hasta tribal. Elliot lo borda en esta canción, pasando de un
registro roto en los versos a un agudo punzante en el estribillo, justo antes
de brindarnos junto a un coro brillante uno de los mejores estribillos de la
historia del conjunto. Son tantos los arreglos que uno encuentra en este número
(y en el disco en general también) si lo escucha atentamente, que puede
resultar injusto emplear en algún momento de esta reseña el término “simple”
para referirse a cualquier canción de este trabajo (con estructuras más o menos
esperables, hay detrás mucho mimo por parte de cada componente).
“Animal” es otro tema en el que se aprecia el
excelente y ambicioso trabajo de Def Leppard en el estudio. Aquí las
revoluciones bajan y nos firman un corte más meloso, en el que Elliot canta con
un registro más grave y que, junto a sus compañeros, nos brinda un estribillo
que no olvidarás jamás. Destacan aquí los arreglos de guitarras acústicas que
resuenan en la base del corte, así como el breve interludio lleno de efectos
vocales y con un solo breve pero cumplidor de Steve Clark. Llevamos tres
temazos seguidos.
Toca hablar ahora de “Love Bites”, tema querido y
odiado a partes iguales por la revolución que supuso, así como el único que ha
llevado a Def Leppard a la primera posición en la lista Billboard de éxitos en
Estados Unidos. Si de por si “Hysteria” rompía considerablemente con todo lo
anterior, esta balada hipnótica generó todo tipo de opiniones desde su
lanzamiento como single debido a la incorporación algo descarada de arreglos
tecnológicos, especialmente en su base. A mí me parece un hit como una catedral,
romántica y pegajosa como tantas otras power ballads de la época, pero
con ese toque personal de estos británicos que no todo el mundo supo apreciar.
Elliot canta realmente bien, sobre unas líneas melódicas idóneas para la
ocasión y unos coros adictivos, sabiendo elevar su registro al mismo tiempo que
la intensidad instrumental crece progresivamente. Mi momento preferido del
tema, no obstante, es el interesantísimo interludio instrumental en el que un
constante punteo de guitarra de Collen sirve de base para que Steve se saque de
la manga un pequeño solo con una distorsión baja, pero con diversos efectos,
que particularmente siempre me deja sin palabras.
Y llegamos al clásico por antonomasia de Def Leppard.
No se puede entender la música de los ochenta sin el “Pour Some Sugar On Me” de
estos británicos, una de las canciones más pegadizas que se han escrito, con un
estribillo para el recuerdo y unas estrofas de lo más seductoras (honor para un
Elliot inspiradísimo y para el riff central de la canción). Pasarán las décadas
y las nuevas generaciones la seguirán disfrutando con la misma intensidad que
en 1987. Con semejante pieza el quinteto se aseguraba la inmortalidad en el
templo de los dioses del Rock.
Y como buen álbum memorable, no paran de sucederse los
éxitos. “Armageddon It” convenció rápidamente a los seguidores con su tono más
vivo nacido de unas guitarras más macarras y con ciertas melodías sureñas en
los veros que, particularmente, me recuerdan a los ZZ Top ochenteros. La
rebeldía da paso a un estribillo algo más edulcorado suave que convence
sobradamente. La dupla Clark-Collen no para de introducir detalles (punteos, un
pequeño solo, licks, efectos, momentos rítmicos) que enriquecen más y más el
producto final. ¡TEMAZO!
Con un inicio coral similar al de otros cortes de este
disco, la banda nos entrega una rockera y efectiva “Don’t Shoot Shotgun”
marcada por su Hard-Rock festivo en los versos que nos permite recordar por
momentos la garra de sus primeros discos, hasta que las melodías se imponen en
el puente y volvemos a toparnos con los Def Leppard de 1987. El estribillo es
bueno, sin lujos tampoco, así como el discreto solo. Sin estará la altura de
otras canciones del álbum, estamos ante una pieza siempre agradable de
reproducir.
Adoro “Run Riot” por su camaleónica estructura. Si el
mordedor riff inicial y las posteriores estrofas parecen traer de vuelta a los
británicos del “High ‘N’ Dry”, el puente melódico y el colorido y memorable
estribillo nos acercan de nuevo a la realidad sonora del momento (es como una
síntesis de lo mejor de ambas etapas). Tremendos los coros del ya alabado
estribillo, un recurso que se ha convertido en elemento básico para distinguir
a este conjunto de otros. Enorme derroche de energía.
El tema título viene a resumir un poco lo que hemos
venido escuchando hasta ahora en el álbum, centrándose especialmente en
aquellos de un carácter más lento y romántico. Corte sofisticado y cargado de
pequeños detalles que terminan elevando considerablemente el nivel de calidad.
La sección intermedia gana en intensidad y esconde casi al final un estribillo
absolutamente ganador. Sobran los motivos para considerarlo un clásico.
Pese a su menor reconocimiento, creo que “Excitable”
merece ser piropeado en esta reseña. Su buen rollo, con unas guitarras más
funkies que de costumbre y un feeling más que similar a los Aerosmith de los
noventa, en el que las guitarras ganan presencia, así como el vacilón
estribillo y los omnipresentes coros. De hecho, en las últimas giras ha sido
sorprendentemente recuperada y hay que reconocer que, pese al paso de los años,
el resultado ha sido más que corriente, logrando una más que notable interacción
con el público (como prueba tenemos la versión oficial incluida en su directo “HitsVegas”).
Para el final tenemos la correcta “Love And Affection”,
muy similar a los temas melódicos del álbum y que, sin ser de lo más llamativa,
nos deja un buen sabor de boca tras 68 brillantes minutos de audición.
Cuando parecía que el conjunto británico tenía todas las papeletas para caer en el abismo, se sacaron de la manga una carta maestra llamada “Hysteria”. Empezando por Rick Allen, cuya pérdida del brazo no fue impedimento, contra todo pronóstico, para que continuara siendo capaz de crear unas bases rítmicas escandalosamente buenas y siguiendo con Joe Elliot y sus graves paperas (buen trabajo al micrófono).
Está claro que no todo el mundo pudo tolerar un álbum
rompedor como este en su momento (habían pasado de ser una banda incluida, tal
vez erróneamente, en la NWOBHM, a convertirse en un conjunto con temas
radiofónicos), pero el tiempo le ha dado la razón y, por encima de un par de
canciones sueltas como “Pour Some Sugar On Me” o “Love Bites”, estamos globalmente
hablando de un LP sobresaliente (¿el último de los británicos? Para muchos sí)
y que influyó enormemente en el devenir de los grupos de su tiempo. Además, la
producción tiene gran culpa de todos los elogios que se han realizado aquí, por
lo que honor también para el señor Lange.
ROCKET! YEAH! SATELLITE OF LOVE!
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