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Alice In Chains - Dirt (1992)

Calificación:*****

“Dirt” es una obra fundamental para entender la década de los 90 a nivel musical y cultural. En sus 57 minutos encontraremos algunos de sus temas más cercanos al Heavy Metal, aunque el tiempo los acercaría más al Grunge. Entre clásicos y con la dupla Cantrell-Staley en su cénit compositivo, Alice In Chains se ganaría su inmortalidad.

 

Cuando el milenio pasado agonizaba ante su inevitable final, la juventud occidental, más concretamente los Estados Unidos comenzó a sentirse más identificada (o atraída) con sentimientos y emociones negativas como la depresión, la angustia, la culpa o la autodestrucción, emergiendo así una corriente cultural con especial desarrollo en el plano musical con el que trató de darse más visibilidad a este caos psicológico cada vez más extendido. Esto, como muchos sabrán, terminó derivando en el nacimiento del Grunge, género liderado especialmente por cuatro bandas legendarias: Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden y Alice In Chains.

 

En 1990, unos jóvenes Alice In Chains se presentaban en sociedad con “Facelift”, un LP que combinaba momentos enérgicos con otros sumidos en las más profundas tinieblas sonoras. Fue con el aquí analizado “Dirt” (1992), con el que los de Seattle escogieron adentrarse definitivamente en las atmósferas musicales más depresivas y densas, algo que fue de la mano de la creciente adicción a las drogas que sus miembros comenzaban a sufrir, especialmente Layne Staley su carismático líder, quien, pese a estar seguramente en su mejor nivel vocal, comenzaba aquí su lenta travesía hacia la decadencia más absoluta de la mano de la heroína, la cual terminaría por costarle la vida un fatídico 5 de abril de 2002.

 

Sin ser conscientes de ello, con “Dirt” el cuarteto creó un álbum prácticamente conceptual ya que en todas las canciones se alude a los sentimientos oscuros compartidos por la llamada Generación X, la cual se sentía insatisfecha ante la realidad mundial del momento y encontraba en las drogas una forma de evasión extrema. Varias letras además expresan lo complejo que es ser adicto a este tipo de sustancia y al mismo tiempo ser consciente de todos los peligros que estas pueden conllevarnos. Todo este pesimismo lírico, como era de esperar, se hará patente en una instrumentación mucho más densa que la presente en su debut, siendo el icónico guitarrista Jerry Cantrell el principal responsable de ello. El amor de este músico por el Doom y, más concretamente, por la figura de Tony Iommi (Black Sabbath) le llevó a inyectar en el sonido del grupo arreglos de guitarra más pesados y lentos que permitieran al oyente entrar en sintonía más fácilmente con el pesimista mensaje que el conjunto quería transmitir a la sociedad del momento. No es por ello ninguna calamidad afirmar que estamos ante el LP más Heavy de una banda que quedaría eternamente relacionada con el movimiento Grunge (¿pero acaso el Grunge no está fundamentalmente inspirado en el Metal?).


La historia ha sido justa con “Dirt” y está considerado por los grandes expertos en materia musical (también por quienes no lo somos) como un disco clave para comprender mejor a la, paradójicamente, incomprendida Generación X, así como probablemente el disco más grande de una banda que, aún en nuestros días pese a la ausencia de Layne, sigue siendo capaz de facturar álbumes notables (mientras siga vivo Jerry Cantrell hay Alice In Chains para rato). 


Desde el primer segundo del álbum el grupo nos atrapa en su atmósfera opresiva. Es un clásico como “Them Bones” la que inicia todo, con un riff pesado y digno del legado de Cantrell, mientras Layne nos pone la piel de gallina con esos gritos iniciales y los posteriores versos y estribillos a voces dobladas. El solo de Jerry es una genialidad pese a su brevedad, mostrando una técnica muy personal que crearía escuela. Siempre que la escucho termino viajando al pasado y recuerdo la infinidad de horas que recorrí las calles de Los Santos (GTA San Andreas) con este temazo de fondo.

 

¡Cómo adoro “Damn That River”! Jerry Cantrell firma aquí uno de los riffs más grandes de su carrera combinando velocidad y crudeza a partes iguales y creando una base instrumental idónea para que Staley abra fuego con su garganta regalándonos una de las interpretaciones más contundentes de la historia del grupo (puro Groove). Además del posterior solo de Cantrell, no puedo dejar de alabar aquí a Sean Kinney tras la batería, otro músico excepcional y fundamental en el sonido del grupo.

 

Turno de naufragar en mares opresivos de la mano de “Rain When I Die”, el primer corte realmente denso del LP. Aquí el bajo de Starr cobra un protagonismo fundamental, tejiendo una telaraña sónica colosal sobre la que pronto Jerry dibujará algunas líneas de guitarra llenas de efectos y malas intenciones (recuerdan un poco a las del mismísimo Iommi) . Poco después entra en escena un asombroso Layne quien nos entrega una interpretación magnánima en todo momento (¡ojo al estribillo!), sabiendo pasar en cuestión de milésimas de segundo de unos versos desoladores a un estribillo lleno de luminosidad. Es imposible no adorar esta etapa más heavy de los de Seattle.

 

Muy poquitos grupos son capaces de lograr que el oyente encuentre calificativos y emociones positivas en canciones y letras más bien depresivas. “Down In A Hole” es un clásico con todas las de la ley. Power Ballad para la eternidad en el que Layne y Jerry comparten protagonismo tras el micrófono creando una pieza melódica (la guitarra no para de dibujar licks y solos escandalosamente buenos) y que, pese a su significado autodestructivo, enamora hasta al más frío de los oyentes.

 

El caos sonoro se impone en “Sickman”, una pieza en la que Kinney machaca sin piedad tras la batería, ejecutando e imponiendo diversos cambios de ritmo abruptos que Jerry sabe aprovechar también para incluir un arsenal diverso y efectivo de riffs y arreglos. Layne hace aquí un plausible trabajo dramático y vocal, combinando momentos de descontrol gutural, con otros donde se luce con su inconfundible registro.

 

Y para clásicos presentes en este trabajo tenemos la archiconocida “Rooster”, esa serpenteante pieza melódica y cruda que Jerry Cantrell dedicó a su padre, Jerry Cantrell Sr., quien tuvo que combatir en la lamentable Guerra de Vietnam, presenciando todo tipo de horrores en el campo de batalla. Aunque el trabajo instrumental es de por si impecable, yo aquí tengo la necesidad de destacar a Layne Staley, quien a mi gusto firma una de sus interpretaciones más legendarias, no ya solo por el poderoso estribillo (¡tremendo rugido!) sino por el tono ácido y teatral que impone en los versos. Sobre el término “Rooster” (en inglés quiere decir “gallo”), al parecer este era el apodo que tenía el padre de Jerry cuando era niño debido al peinado que llevaba (la típica cresta) y a su actitud más bien contestataria. Jerry, que había perdido todo contacto con su padre por las consecuencias psicológicas que Vietnam tuvo en este (su incapacidad para hablar o expresar sus traumas derivados de la guerra lo separaron progresivamente de la familia), quiso escribir la letra desde la perspectiva de este. Posteriormente las heridas entre ambos sanarían hasta el punto de que Cantrell Sr., según contó su hijo, acudió a varios shows del grupo y lloró la primera vez que escuchó este tema ya que se identificó realmente con el trabajo lírico de su descendiente.

 

Otro de los momentos que podemos calificar de perfectos (si de por el disco no era ya una genialidad…) lo pone “Junkhead”, un numero agónico en el que Staley, quien está desatado a estas alturas de la obra, sigue llevando su maestría vocal al límite mientras Cantrell dibuja riffs propios de la escuela Doom. Una vez más, el estribillo es coral (esa magia conjunta que solamente crean Layne y Jerry y que, dicho sea de paso, ha sabido más o menos mantener viva el guitarrista con el bueno de William DuVall), añadiendo así una riqueza emocional mayor que si cualquiera de estos dotados cantantes lo hubiera hecho de forma individual. Numerazo que tal vez merece más reconocimiento del que realmente tiene.

 

La guitarra de del rubio ahora crea una colosal muralla sónica a partir de unos exquisitos y novedosos punteos de influencias arábigas que sirven para introducir el tema título y, al mismo tiempo, hacen de base para que Layne, con mucha calma, nos advierta sobre el poder magnético y destructor de las drogas, un problema con el que la banda personalmente tuvo que convivir y que, como muchos sabrán, terminó provocando consecuencias graves en el propio vocalista. El solo que aquí encontraremos es una pequeña masterclass de ese genio llamado Jerry Cantrell, quien puntea con muchísimo sentimiento invitándonos a nadar en un sugerente mar de distorsión.

 

Tras varios números lentos, es la punzante “God Smack” la que se encarga de inyectar un poco de velocidad al álbum. Número más directo y accesible que la mayor parte del repertorio aquí presente y que, particularmente, me recuerda a otros cortes presentes en “Facelift”. Es curiosa la forma en que Layne vocaliza durante numerosas secciones de los versos, cantando con un tono tembloroso que capta la atención de cualquiera. Una vez más me rindo ante el pequeño solo crujiente de Jerry (tampoco el repetitivo riff principal se queda atrás en lo que a consistente se refiere).

 

Tras un breve preludio instrumental conocido como “Untitled”, volvemos a caminar por el desierto con la machacona “Hate To Feel”. Esta pieza en su mayor parte (en sus últimos segundos cuenta con un giro algo más dinámico que rompe la monotonía predominante) nos desgarra con sus riffs y voces dobladas que crean una alucinante sensación de caos. Mucha atención al bluesero solo que Cantrell logra colarnos en la parte intermedia (minuto 3:15) mientras el bajo de Starr nos hace temblar las tripas. En materia de temas más densos que el aceite, este es el último que aquí encontraremos ya que para la traca final los de Seattle nos tenían preparadas dos sorpresas.

 

La icónica “Angry Chair” aparece en penúltimo lugar. Este, además de un hit del grupo, puede considerarse como su composición más siniestra, algo que ya es un decir tratándose de Alice In Chains. Pienso que esta mención podemos concedérsela no ya solo por todo lo relacionado con la música, sino con una letra que describe con precisión de cirujano cómo es moverse en el límite entre la cordura y la locura. Aunque Cantrell (ese solo a máximo volumen te deja sordo) y Jerry siguen en su habitual nivel propio de genios, aquí me urge resaltar el trabajo tras los parches de Kinney, quien nos machaca la mente con esos golpes constantes y omnipresentes.

 

Para el final nos encontramos con otro himno de la generación Z. “Would?” es un corte introspectivo y algo más digerible, con el bajo de Starr introduciéndonos por última vez en el demente mundo del grupo para dar paso a un desarrollo lento en los versos cantados curiosamente por Jerry Cantrell que terminará desembocando en uno de los estribillos más grandes de aquella última década del pasado milenio con el que Layne y su voz rota nos ponen la piel de gallina . Si tenías todavía alguna duda acerca de las capacidades vocales de este héroe caído, incluso después de haber escuchado “Rooster”, permíteme invitarte a maravillarte de un auténtico recital de sus cuerdas vocales.  James Hetfield, Korn o Phil Anselmo no han dudado en versionar este clasicazo…¡algo hipnótico tendrá!

 No voy a descubrir nada si afirmo que este es uno de los álbumes fundamentales de la década de los 90, aunque no está hecho para todos los oídos debido al predominio de canciones densas. Pronto descubriríamos la faceta más propiamente Grunge del cuarteto, pero este último vestigio de sus inicios más heavies jamás caerá en el olvido, así como la figura del malogrado Layne Staley cuya voz ya es eterna. 


OBRA MAESTRA






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