Watch as the legions ride again to a fate of death or torture
At the Headless Cross,
at the Headless Cross!!!!!
Pocos cantantes me
parece que han sido tan infravalorados como Anthony Philip Harford, mejor
conocido como Tony Martin, un tipo que asumió la responsabilidad de convertirse
en vocalista para unos Black Sabbath en horas muy bajas (eran el hazmerreír de
la prensa mundial tras el estrepitoso fracaso comercial de “Seventh Star”) y
que ejerció su papel durante unos ocho años en los que tuvo tiempo para
facturar cuatro excelentes álbumes que, si bien no tuvieron un éxito de masas
como los clásicos pasados, gozan de un nivel de calidad abismal que ha sido
tristemente ignorado por la historia.
Y es que había que
tener mucha valentía para ocupar el mismo puesto que ya por aquel entonces
habían ostentado auténticos iconos como Ozzy Osbourne, Ronnie James Dio, Ian
Gillan, Glenn Hughes y, aunque en un periodo muy breve, el malogrado Ray Gillen
(y pronto también haría lo correspondiente Rob Halford). Martin no se achicó y,
con un registro amplio y un gusto especial por las interpretaciones con matices
teatrales, dejó impreso su sello en cuatro obras de obligada escucha. En este
escrito, aunque he querido reivindicar toda la etapa, me centraré en su segundo
álbum junto a los de Birmingham: “Headless Cross”.
Allá por 1989, Black
Sabbath seguía naufragando. El recomendadísimo “Eternal Idol” con el que Martin
debutaba había supuesto otro fiasco para la prensa (otro disco con el que se
han cebado los “pseudoexpertos”) y terminó por agotar la paciencia de las discográficas
Vertigo y Warner, quienes pusieron fin a su acuerdo con la banda tras varias
décadas de trabajo conjunto. A eso hay que sumarle el abandono de Eric Singer y
Bob Daisley, que trajeron, a su vez, un nuevo periodo de inestabilidad en la
formación. Menos mal que Tony Iommi, un tipo pillo, terminó moviendo ficha y logró
convencer a un buen amigo como el legendario batería Cozy Powell (D.E.P.) para
que tocara y coprodujera junto a él en su próximo disco, así como también
incorporó al bajista Laurence Cottle. El resultado terminó convirtiéndose en “Headless
Cross”, un álbum al que ni siquiera la crítica pudo encontrar pegas, terminando
por catalogarlo como “el mejor disco de
Sabbath en años”.
Con semejantes
alicientes, os invito a leer a continuación esta reseña y a paladear cada una
de las canciones que lo hicieron tan especial.
Con una onda muy
similar a “5150” del “Mob Rules”, “Gates Of Hell” abre en un tono tenebroso nacido de las manos del eterno Geoff Nicholls, quien va dibujando un
panorama denso y macabro con sus teclados que encaja a la perfección con el título del número
(en español “las puertas del infierno”).
Y esta situación dura hasta que a Cozy Powell se le antoja machacar los
parches y abrir con un ritmo seco y rotundo la homónima “Headless Cross”, un
auténtico clásico de estilo gótico que sirvió para demostrar la grandeza vocal
de un, a menudo, olvidado Tony Martin, que cuando rugía era capaz de alcanzar
notas imposibles para el resto de mortales. Mientras tanto, Tony Iommi dibuja
con su guitarra un infierno de riffs (tampoco el solo debe caer en el silencio)
que alcanzan su zénit en un puente que pone los pelos de punta a cualquiera
cuando Martin canta eso de “Listen for the feet…” hasta desembocar en un ya
histórico estribillo. Además, Nicholls se hace notar en los versos y el
interludio instrumental con nuevos arreglos tras los teclados. Un número para
la historia.
Con el cuerpo calentito
tras el primer golpe la banda se nos abalanza como un tigre sin escrúpulos con
la veloz “Devil And Daughter”, una de mis preferidas de este LP. No es solo el
ritmo en sí lo que da galones al número, sino una gran cantidad de detalles
como la base de bajo y batería, el vozarrón de Martin, quien parecía disfrutar
cantando en cualquier tesitura (ojo al rugido que suelta en el minuto 3:46) y,
además de su siempre cumplidor surtido de riffs, un solo de Iommi tocado bajo
la técnica de tapping que tan famosa hizo Eddie Van Halen. El estribillo, por
cierto, un regalo de los dioses. Obra maestra.
Me atrevería a decir
que “When Death Calls” es la canción más ambiciosa que podemos encontrar en
esta obra con sus más de seis minutos donde viajaremos por los rincones más
oscuros y tenebrosos del Metal. En su inicio, Martin y Nichols dirigen la
cual Caronte una balsa hacia el infiero llena de dramatismo, tristeza y dulces melodías, hasta que el resto del
grupo entra en acción para presentarnos, con un riff brutal, un estribillo
coral de los que quitan el habla a cualquiera.
Tony Martin está desatado al inicio, pero es que en la parte intermedia,
aprovechando un interesante cambio de ritmo que Iommi se saca de la chistera
con un complejísimo riff (escuchen ese maldito cambio en el minuto 3:34),
aumenta aún más el nivel de dificultad jugando con unos agudos de altísimo
calibre y una letra que mantiene la temática gótica viva (“Don't laugh at the face of death or your toungue will blíster//Can't
die until Satan says you die”). Por si quedaba alguna duda sobre la calidad
de este corte, espera a escuchar el solo de guitarra que firma el mismísimo
Brian May, invitado estelar para esta canción.
Superada la mitad del
álbum (¿¿ya??) nos encontramos con “Kill In The Spirit World” un tema de
espíritu más ochentero y, por momentos, optimista tanto en los teclados, como
en la guitarra, aunque contiene un puente-estribillo completamente rompedor en
el que, por sorpresa, introducen melodías arábicas que alargan
considerablemente cuando lo van a repetir por segunda vez. El solo de Iommi es
lento e tan bello como el posterior “when heaven is closer” gritado a los
cuatro vientos por Martin.
Curioso el caso de “Call
Of The Wild”, tema originalmente titulado “Hero”, que Iommi optó por cambiar al
encontrar un tema de mismo nombre en el “No Rest For The Wicked” de Ozzy,
evitando así un nuevo problema judicial (creo que también sucedió lo mismo con la ya reseñada "Devil And Daughter" el "Devil's Daughter" de Ozzy). Estamos ante una pieza que, como su
predecesora, evoca en su riff inicial y en los posteriores teclados, que atronan en
los versos, un tono más cercano al Hard-Rock de los años ochenta, que, eso sí, vuelve a ganar fuerza
y teatralidad en un arábico puente (insisto en esas pequeñas similitudes con la
reseñada “Kill IN The Spirit World”). No puedo resistirme a volver a alabar a
Martin, quien canta con un extra de fuerza a lo largo de todo el número. Un
cantante letal.
Si los Sabbath de Dio siempre
incluían en cada LP un tema más “simple” (si eso puede decirse cuando se alude
a aquella gloriosa época) como “Wishing Well” o “Voodoo”, en la etapa de
Martin, y más concretamente en esta obra, “Black Moon" parece hacer algo parecido.
Construida bajo un riff demencial y entrecortado, esta canción es más sencilla
pero cuenta con un estribillo de los que atrapan. Hay ciertos elementos en el
sonido general que me recuerdan a los Deep Purple del “Perfect Strangers” (si
habéis escuchado ese disco y, más concretamente, “Nobody’s Home”, sabréis a lo
que me refiero). Iommi, por si no hubiera hecho suficiente magia de por sí, nos
obsequia con uno de sus solos rápidos y directos al grano.
Iommi se roba el
protagonismo en la final “Nighwing”, un camaleónico número que se inicia como
una dulce balada acústica (¡tremendos arpegios y tremenda forma de entrar
Martin en la canción!) para terminar convirtiéndose en una montaña rusa de
cambios de ritmo en el que, por supuestísimo, el siempre alabado Iommi borda
otro par de riffs densos y distorsionados, así como un par de extensos solos a
la altura de la leyenda.
Dejar de escuchar la etapa de Tony Martin por ser “menos conocida” debería empezar a ser considerado algo parecido a un acto sacrílego. Y es que en el LP que hemos analizado, como también sucedería en otro álbum redondo como “Tyr”, hay muchísima magia y grandes momentos musicales que poco, o nada, tienen que envidiar a lo que Black Sabbath había grabado en sus años dorados. A nivel personal diré que de los cuatro LPs de Sabbath con Martin al micrófono, este es mi preferido.
“Headless Cross” es un diamante en bruto que pocos han sabido
apreciar como merece. Hablamos de uno de esos tesoros escondidos y solo al alcance de oyentes inconformistas y que van más allá de “War Pigs” o “Paranoid”
(con esto no pretendo criticar a nadie). Este disco volvió a ganarse la
confianza de muchos seguidores y les abrió las puertas de un nuevo tour mundial
con el que terminarían haciendo historia al convertirse en una de las primeras
bandas en tocar en Rusia una vez que Gorbachev decidió dejar entrar a músicos
del oeste en su país para tocar.
Si no has escuchado a
los Sabbath de Martin, ¡este es un buen momento para hacerlo!
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