Dream Theater no
necesita presentación alguna y el que niegue su trascendencia en el Metal
durante los últimos 25 años (especialmente en la década de los noventa) ha
vivido debajo de una roca. Su gusto por los instrumentales enrevesados y por
las composiciones extensas y cargadas de detalles estilísticos propios de
auténticos genios ha marcado su carrera.
Así que, como podréis imaginaros, el lanzamiento de un nuevo álbum siempre
suele ser sinónimo de gran expectación, aunque ciertamente sus últimos
lanzamientos no hayan estado tan logrados como otras obras del pasado.
En esta ocasión toca
detenerse a analizar “Distance Over Time”, un nuevo esfuerzo discográfico que,
cronológicamente hablando, sucede al polémico “The Ashtonishing”. Digo polémico
más que nada por la enorme división de opiniones que este generó. Desde luego,
fue un álbum muy elaborado, con su hilo conceptual bien tratado, pero creo que
no era accesible para todo tipo de oyentes, llegando a generar los clásicos
argumentos de “es que desde el año X no hacen nada bueno” o “desde que se fue
Portnoy nada es igual” (que puedo estar más o menos a favor del segundo
argumento, porque realmente soy muy admirador de Mike y me gusta más que
Mangini, pero creo que no es argumento suficiente para dejar de disfrutar de
una banda). Tal vez esa acumulación de críticas acerca de su “mayor
refinamiento sonoro”, fue la que llevó a la banda a retirarse a vivir juntos en
los estudios Yonderbarn (Nueva York) durante cuatro meses para crear un nuevo
disco con la premisa de atraer a los seguidores más nostálgicos, así como ser más
accesible para todos los públicos, tratando de afilar un poco más su sonido
(algo que siempre agradecemos los metaleros de toda la vida) y de ir más al
grano que en otras obras. Cabe señalar este disco es el primero desde “Images
And Words” que no llega a la hora de duración.
Con “Distance Over Time”
la banda cumple con su objetivo y supera, seguramente, las expectativas de la
mayor parte de los seguidores de la banda. Sin duda, es un disco que no dudaría
en recomendar a cualquier persona que quiera iniciarse en Dream Theater y, por
supuesto, a todos los fans de la banda, porque es un disco realmente bueno. No
obstante, hay que reconocer que muchos seguidores de DT son un tanto
variopintos (una vez hice una encuesta para saber si preferían a Portnoy o a
Mangini y poco faltó para que me cortaran la cabeza) y han sido tantos los
cambios de sonido del grupo que es normal que no todo el mundo esté contento
con el resultado final de este álbum.
Sin mucho más que
decir, es el momento de hablar de las canciones.

Menos reseñable me ha
parecido “Paralized”, que fue el tercer adelanto que la banda lanzó durante la
larga espera hasta que el LP viera la luz. El riff principal, aunque básico,
suena convincente (punto a favor de Petrucci). Es un tema melódico y accesible
en lo que a estructura se refiere, por lo que no dudaría recomendársela a
cualquier rocker@ que no esté muy iniciado en la banda, aunque, como he dicho,
es una canción más dentro del trabajo.
Afortunadamente, “Fall
Into The Light” trae de vuelta a los Dream Theater más enrevesados y se antoja
como una de las piezas más destacadas de este disco. La pieza es, desde su
inicio, muy agresiva, con un riff principal que me recordó al instante a “Sword
Of Damocles” de Judas Priest, antes de presentar unos versos más propios de la
casa. Posteriormente se inicia una sección instrumental logradísima y cambiante
en la que cada músico se luce (increíble lo que hace Jordan Rudess a los
teclados), para desembocar en un apoteósico final.

“…cuando empezamos a componer este tema para mí tenía un toque de Genesis,
y uno de los aspectos que siempre me ha gustado de Peter Gabriel era su
capacidad para contar historias, para llevarte a otro lugar (…) así que para
esa canción decidí ponerme en lugar de narrador y me inventé esta historia de
dos personajes, personas que consideran que no han tenido una oportunidad en la
vida, atrapados en un pueblo pequeño. El hombre es un alcohólico y la mujer ha
pasado por algún tipo de abuso, se preguntan qué han hecho para llegar a ese
punto, pero al final de la canción llega un poco de esperanza. Es un mensaje,
en cierta forma, de filosofía budista: cómo pensamos y cómo imaginamos nuestras
vidas puede afectar a cómo podrían ser en el futuro”.
Otra grata sorpresa de
este álbum es “Room 137”, primera composición de Mike Mangini. Esta es una
canción que en algunos instantes me recordó a “The Beautiful People” de Marilyn
Manson (ya le gustaría tener a MM la técnica de Dream Theater) pero siempre
tratando de mantener la esencia de la banda intacta. Y es que esta es una de
las canciones más duras de todo el plástico. Cada segundo de esta me parece
increíble, teniendo que destacar especialmente el solo de Petrucci y la pista
de bajo-batería, así como los efectos de distorsión que LaBrie añade a su voz
durante algunas secciones. La letra habla sobre la historia del Nobel de Física
Wolfgang Pauli, quien se obsesionó con el número 137, número primo presente en
todas las partes del universo, hasta tal punto que acabó enloqueciendo.
Curiosamente, el pobre Pauli acabó falleciendo en la habitación 137 (¡ya es
mala suerte!).

La maquinaria sigue funcionando perfectamente tal y
como se aprecia en “At Wit’s End”, una canción 100% Dream Theater. La
composición se extiende hasta los nueve minutos a través de pasajes bien
construidos y muy diferenciados (me quedo con el extenso instrumental que
capitanea Petrucci punteando a la velocidad de la luz). La letra, escrita por
James LaBrie, muestra empatía con aquellas mujeres de nuestra sociedad que han
sufrido violaciones y han quedado marcadas de por vida por ello. El cantante
declaró para This Is Rock lo siguiente:
“La
base de ‘At Wist End’ es un artículo que leí sobre las agresiones sexuales. Se
centraba en que la sociedad no suele darse cuenta de que las mujeres que sufren
una violación no vuelven a ser las mimas después de pasar por ese trauma. Ni
sus compañeros sentimentales o sus maridos pueden verlas de la misma forma
después de pasar por eso, la sociedad les hace sentir manchadas y en la canción
quería transmitir el sentimiento de una pareja que consigue sobre ponerse a
todo eso”
La balada del disco
lleva el título de “Out Of Reach” y, como no podía ser de otra manera, convence
desde la primera escucha. El piano y los adornos guitarreros crean una
atmósfera idílica sobre la que LaBrie se desenvuelve como el maestro que
siempre ha sido y que todavía es, adaptando su voz al paso del tiempo. Una
pieza hecha con buen gusto en la que se alude a la tristeza sufrida por una
persona.
El final del álbum (sin contar el Bonus Track) es la
MAYÚSUCLA “Pale Blue Dot”, canción que se inspira en un libro de Carl Sagan con
el mismo título y que reflexiona sobre la forma de actuar de los humanos según la
forma en la que estos tratan al resto.
Esta es la canción más Heavy y progresiva de toda la obra. Una vez más
la banda vuelve a dejar clara su intención de dar un mayor peso a la guitarra
de Petrucci (el barbudo se saca de la chistera algunos riffs inhumanos) frente
a unos teclados que quedan relegados a un segundo plano. Palabras mayores son
las que uno necesita para describir el posterior desarrollo instrumental, que
cumple con la complejidad que tanto distingue a estos genios indiscutibles
(Mangini hace auténticas virguerías).

“Lo
primero que pensé fue en el Dodger Viper, uno de mis coches favoritos, de ahí
el nombre, así que me imaginé conduciendo por la carretera libre de
preocupaciones y apreciando los buenos momentos que nos da la vida” declaraciones de James
LaBrie para This Is Rock.
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