Más de 50 años de
carrera al servicio del Rock es un dato del que puede presumir el icónico David Gilmour, guitarrista y cantante
de Pink Floyd. No obstante, no es tan habitual que el británico lance material
nuevo. De hecho, “Rattle That Lock” (2015), disco que ocupa esta reseña, fue el
primer trabajo en casi 10 años desde “On An Island” (2006), algo similar a lo
que le ocurre a su excompañero Roger Waters, quien rompió en 2017 más de 20
años de sequía. Por ello, cada nuevo lanzamiento de estas leyendas es motivo de
celebración y de disfrute.
Si bien es cierto que,
a estas alturas, Gilmour no tiene la necesidad de demostrarnos nada, sí que
comenzaron a existir dudas sobre lo que podría ser esta nueva entrega en
solitario del músico tras el fracaso
absoluto que fue “The Endless River” (2014), un disco de Pink Floyd que nació
de los descartes y que no gozó de buena crítica.
Para esta nueva
entrega, Gilmour ha preparado 10 temas completamente novedosos a través de los
cuales tratará de resucitar la esencia sonora de Pink Floyd, sin tampoco
renunciar a aventurarse con otros estilos y a explotar sus propios potenciales.
Polly Samson, mujer de Gilmour desde 1995, se ha encargado de escribir 5 letras del álbum, y Phil Manzanera ha estado
al cargo de la destacable producción de un álbum que ha dejado muy buen sabor
de boca. La portada, creada por Davie Stansbie, refleja a la perfección la
oscuridad de las temáticas que imperarán en el LP, aspecto que explicaría la
pausa de muchos de los temas.

Los tres primeros minutos del LP concentran la
instrumental “5 a.m.”, un breve
pasaje en el que Gilmour parece querer resumir su carrera en poco tiempo. Esta
composición encajaría perfectamente en cualquier álbum de Pink Floyd, y es que
Gilmour era una parte muy importante en el cuarteto, aunque a veces existan
detractores que piensen lo contrario. Con semejante apertura cargada de
melancolía nos topamos de frente con el primer sencillo del disco, y tema que
da nombre a este disco. “Rattle That
Lock” es asombrosa y es capaz de enganchar a oyentes de todas las edades.
Si bien es cierto que es un tema algo más comercial, no puede negarse que la
esencia de David sigue muy viva. Las aportaciones de los coros a la conservada
voz de nuestro protagonista son cruciales, logrando obtener un resultado
brillante. No faltará tampoco un soberbio solo de guitarra marca de la casa con
el que el veterano artista deja claro que la edad no es un impedimento para
seguir dando guerra.

Lejos de permitirnos guardar los pañuelos, se inicia
la lacrimógena “A Boat Lies Waiting”, una
composición que Gilmour quiso dedicar a su desaparecido amigo, y compañero de
Pink Floyd, Richard Wright. El piano, grabado por el propio Gilmour 18 años
antes en un viejo aparato, tiene una
presencia fundamental, sobre las que navegarán diferentes instrumentos que
ambientarán a la perfección este digno homenaje al amigo caído. Gilmour se
apoya, además, en David Crosby y Graham Nash para cantar. Increíble este momento
del álbum.
Una de las sorpresas del disco, al menos para mí, ha
sido la compleja “Dancing In Front Of
Me”, un corte con aires clásicos que combina matices de Rock clásico, con
claros arreglos de Jazz y hasta algo de tango en la parte inicial. El
estribillo es de los mejores del disco tanto por la voz de David como por los
punteos de guitarra que añade. Aunque será en el solo donde la guitarra brille
con más fuerza, volviendo a dibujar una sonrisa en la gran mayoría de los
nostálgicos de Pink Floyd entre los que me incluyo. Tampoco se quedará atrás el
momento solista del que gozará el piano.
La cosa se pone realmente seria con “In Any Tongue”, una composición muy a
tener en cuenta. Gabriel Gilmour, el hijo de David, colabora en este tema
tocando el piano. Tremenda balada, muy en la onda de lo que nos acostumbró este
artista en el pasado, pero con aspectos que también la hacen única. Sin duda,
el gran momento de esta canción llega con el solo de guitarra, el más hermoso y
grande de todo el disco en el que este fenómeno musical vuelve a reivindicar su
figura dentro del Rock.
“Beauty”
es un nuevo, y breve, instrumental en el que se entremezclan la emotividad del
piano y de la guitarra, con algunos arreglos atmosféricos y de bajo. Poco
después de llegar a la mitad del tema, la canción comienza a crecer en
intensidad, añadiendo sucesivamente más instrumentos, despertando el recuerdo
de los instrumentales que se incluyeron en el legendario “The Wall” de Pink
Floyd.
Si bien al principio de la reseña dije que este
disco puede no ser tan fácil de escuchar para todos aquellos que no se
identifican con el sonido de David Gilmour y Pink Floyd, diría que “The Girl In Yellow Dress” es un tema
que puede no ser fácil de escuchar para los fans clásicos de Gilmour, que no es
mi caso. El británico sorprende con una canción claramente orientada hacia el
jazz, una idea muy acertada y novedosa, a mi parecer. Los arreglos de saxofón,
que corren de la cuenta de Collin Stetson (Arcade Fire), acompañan a un
inspiradísimo Gimour a la voz. No seré yo quien critique la valentía de este
artista para sorprender y no tener siempre que limitarse a mantener su estilo.
Aunque “Today”
se inicie con una coral, poco de suave tiene este tema. Gran canción con guiños
musicales hacia “The Wall”, que se cimentará bajo una gran base de bajo y
guitarra. No será una canción que pase a la historia, pero sí que no
decepciona. No faltará un solo de guitarra a la altura de este maestro de las 6
cuerdas.
Finalmente, Gilmour opta por cerrar el disco con “And Then…”, tercer instrumental del
disco, compuesta íntegramente por él mismo y que nos despide con muchísima
clase y elegancia de un fabuloso álbum.
No. No vas a descubrir la pólvora al escuchar
“Rattle That Lock” porque no es un trabajo muy diferente a lo que Gilmour nos
ha acostumbrado, pero este LP es una oportunidad de navegar por la historia del
Rock y de volver a disfrutar de uno de sus personajes más influyentes. David ha
sido capaz de construir un álbum compacto, sin grandes subidones ni caídas en
picado.
Obviamente, sería un error calificar a este álbum
con la máxima puntuación y nombrarlo “el mejor disco que ha hecho Gilmour en su
vida”. Soy muy fan, pero tampoco hay que caer en la extrema subjetividad. Sin
embargo, creo que este es un álbum digno de un 8 y de una más que merecida
felicitación a este artista porque a su elevada edad sigue siendo capaz de
pulir temas de altísimo nivel.
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