
Nos
encontramos, sin lugar a dudas, ante un álbum de cinco estrellas, no solo por
contener auténticos clásicos de AC/DC y del Hard Rock en general, sino también
por el profundo impacto personal que tuvo en mi vida musical.
La
relación que tengo con este disco es íntima y determinante: fue el primer álbum
que adquirí, con apenas cinco años, y marcó el inicio de mi vínculo con el Rock
y, en particular, con AC/DC, que posteriormente se consolidaría como mi banda
de referencia.
Desde mi
perspectiva, este disco representa una auténtica joya subestimada dentro del
panorama rockero. Como sucede a menudo con ciertos trabajos, no ha recibido el
reconocimiento que merece. En el contexto de la era Bon Scott, cada álbum de la
banda poseía un sello distintivo, combinando influencias de blues rock con la
crudeza del Hard Rock más puro, y Let There Be Rock no es la excepción: se
presenta como una obra única dentro de su discografía.
Publicado
en marzo de 1977, Let There Be Rock llegó en un momento clave tanto para AC/DC
como para el desarrollo del Hard Rock. La banda, que venía ganando notoriedad
en Australia y Reino Unido, aún no había conquistado el mercado estadounidense,
y este disco fue una declaración de principios: más agresivo, más veloz y más
crudo que sus antecesores. Fue también el último álbum grabado con el bajista
Mark Evans, y el primero en el que la banda muestra una actitud casi
proto-metalera, anticipando muchas de las características que influenciarían el
hard rock de los años 80. La producción, a cargo de Harry Vanda y George Young,
mantuvo el enfoque directo, casi en vivo, que caracterizaba a la banda, pero
con un nivel de energía y cohesión pocas veces igualado en su discografía.
A partir
de aquí, pasemos a analizar cada uno de los temas que componen esta obra
fundamental:
Nos
encontramos, sin lugar a dudas, ante un álbum de cinco estrellas, no solo por
contener auténticos clásicos de AC/DC y del Hard Rock en general, sino también
por el profundo impacto personal que tuvo en mi vida musical.
La
relación que tengo con este disco es íntima y determinante: fue el primer álbum
que adquirí, con apenas cinco años, y marcó el inicio de mi vínculo con el Rock
y, en particular, con AC/DC, que posteriormente se consolidaría como mi banda
de referencia.
Desde mi
perspectiva, este disco representa una auténtica joya subestimada dentro del
panorama rockero. Como sucede a menudo con ciertos trabajos, no ha recibido el
reconocimiento que merece. En el contexto de la era Bon Scott, cada álbum de la
banda poseía un sello distintivo, combinando influencias de blues rock con la
crudeza del Hard Rock más puro, y Let There Be Rock no es la excepción: se
presenta como una obra única dentro de su discografía.
El álbum
se abre con un tema que parece no pertenecer a este mundo, sino a una dimensión
superior: “Go Down”. Tras el característico “One, two, three” de Bon Scott, se
desata una pieza inolvidable. La canción lo tiene todo: una letra provocadora
—fiel al estilo irreverente de Bon—, una instrumentación épica, y un solo de
Angus Young que establece un diálogo fluido y casi teatral con la voz de Scott.
El oyente atento sabrá apreciar esta interacción magistral. Pese a su calidad,
este tema nunca ha alcanzado la popularidad que, en mi opinión, merece.
A
continuación, nos encontramos con “Dog Eat Dog”, un clásico con espíritu de
single. Es un tema enérgico y a la vez accesible, que logra mantener un
equilibrio perfecto entre contundencia y dinamismo. Los solos de Angus y los
coros de Malcolm al cierre elevan la canción. Su estructura, aunque simple,
resulta eficaz y su riff pegadizo tiene la capacidad de conquistar a cualquier
aficionado del género.
El tiempo
parece detenerse cuando comienza uno de los temas más significativos para mí —y
para muchos otros—: “Let There Be Rock”. Este tema merece ser considerado como
una forma de metamúsica, ya que dentro de su estructura se alude al mismo
género que representa, con una ironía notable sobre sus orígenes. El ritmo es
vertiginoso y aquí destaca particularmente el bajo omnipresente de Mark Evans.
Angus Young ejecuta tres solos memorables que deberían figurar en el repertorio
mental diario de todo fan. En cuanto a la interpretación vocal, Bon ofrece una
de sus actuaciones más potentes y memorables. Recomiendo complementar la
escucha con su videoclip, uno de mis favoritos. Ver a la banda tocar en una
iglesia, con Bon caracterizado como sacerdote y Angus con una aureola de santo,
mientras el resto aparece como monaguillos, es una representación visual tan
icónica como la canción misma.
El cuarto
tema, “Bad Boy Boogie”, presenta una notable actuación vocal de Bon y un riff
principal desarrollado por los hermanos Young que roza la perfección. El puente
que conduce al estribillo es especialmente efectivo, y el solo de Angus figura
entre mis preferidos. En los conciertos de la época, esta canción solía
extenderse debido a un característico striptease de Angus, lo que sumaba una
dosis de teatralidad. Sin duda, una de las piezas más disfrutables del álbum.
En su
edición europea, el quinto corte es “Problem Child”, también presente en Dirty
Deeds Done Dirt Cheap, aunque en una versión un minuto más extensa. Se trata de
otro tema cuya estructura sencilla no le impide generar una gran energía y
transmitir una vibra positiva. Es siempre una grata experiencia volver a
escucharlo.
Luego
llega “Overdose”, una canción frecuentemente subestimada. Su introducción
recuerda a “Live Wire” de High Voltage, con una guitarra solitaria que
progresivamente se ve acompañada por el resto de la banda. Posee un tempo ideal
para que Bon despliegue su carisma vocal. La letra se inscribe dentro de las
denominadas “baladas de amor” al estilo Scott, dedicada a una mujer que le
provoca una sobredosis más potente que cualquier sustancia. Es, sin duda, una
balada al estilo AC/DC.
La séptima
pista, “Hell Ain’t a Bad Place to Be”, es otro clásico ampliamente valorado por
los seguidores de la banda. Su riff inicial es inmediatamente reconocible y
altamente memorable. El puente y el estribillo son particularmente
recomendables, con Bon alcanzando notas vocales exigentes. Es un tema
infaltable en los conciertos en vivo, donde suele ser coreado con entusiasmo
por el público.
Finalmente,
cerrando el álbum, encontramos un auténtico himno de la banda y, junto a “Let
There Be Rock”, uno de mis temas predilectos: “Whole Lotta Rosie”. El riff
principal es una declaración de intenciones, un sonido que remite a la
divinidad del Rock encarnada en AC/DC. La letra, explícita y provocadora,
relata una experiencia íntima entre Bon y una mujer de medidas generosas, cuya
intensidad superó todas sus expectativas. Esta historia, relatada con la
habitual mezcla de ironía y desenfado de Bon, se convierte en un verdadero
estandarte del hard rock más explosivo, rozando el heavy metal. El solo de
Angus aquí podría considerarse el más logrado de su carrera y uno de los
mejores que he escuchado, respetando, por supuesto, las opiniones personales.
La voz de Bon, una vez más, no necesita mayor elogio.
CONCLUSIÓN
Así
concluye uno de los álbumes más impresionantes que he tenido el placer de
escuchar. Una experiencia sonora plena, de principio a fin, y un testimonio
personal que me honra compartir. Altamente recomendado para quienes se inician
en el universo de AC/DC y buscan comprender las razones por las que esta banda
ocupa, merecidamente, un lugar privilegiado en la historia del Rock.
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