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AC/DC - Let There Be Rock (1977)

Calificación:*****

Nos encontramos, sin lugar a dudas, ante un álbum de cinco estrellas, no solo por contener auténticos clásicos de AC/DC y del Hard Rock en general, sino también por el profundo impacto personal que tuvo en mi vida musical.

La relación que tengo con este disco es íntima y determinante: fue el primer álbum que adquirí, con apenas cinco años, y marcó el inicio de mi vínculo con el Rock y, en particular, con AC/DC, que posteriormente se consolidaría como mi banda de referencia.

Desde mi perspectiva, este disco representa una auténtica joya subestimada dentro del panorama rockero. Como sucede a menudo con ciertos trabajos, no ha recibido el reconocimiento que merece. En el contexto de la era Bon Scott, cada álbum de la banda poseía un sello distintivo, combinando influencias de blues rock con la crudeza del Hard Rock más puro, y Let There Be Rock no es la excepción: se presenta como una obra única dentro de su discografía.

Publicado en marzo de 1977, Let There Be Rock llegó en un momento clave tanto para AC/DC como para el desarrollo del Hard Rock. La banda, que venía ganando notoriedad en Australia y Reino Unido, aún no había conquistado el mercado estadounidense, y este disco fue una declaración de principios: más agresivo, más veloz y más crudo que sus antecesores. Fue también el último álbum grabado con el bajista Mark Evans, y el primero en el que la banda muestra una actitud casi proto-metalera, anticipando muchas de las características que influenciarían el hard rock de los años 80. La producción, a cargo de Harry Vanda y George Young, mantuvo el enfoque directo, casi en vivo, que caracterizaba a la banda, pero con un nivel de energía y cohesión pocas veces igualado en su discografía.

A partir de aquí, pasemos a analizar cada uno de los temas que componen esta obra fundamental:

Nos encontramos, sin lugar a dudas, ante un álbum de cinco estrellas, no solo por contener auténticos clásicos de AC/DC y del Hard Rock en general, sino también por el profundo impacto personal que tuvo en mi vida musical.

La relación que tengo con este disco es íntima y determinante: fue el primer álbum que adquirí, con apenas cinco años, y marcó el inicio de mi vínculo con el Rock y, en particular, con AC/DC, que posteriormente se consolidaría como mi banda de referencia.

Desde mi perspectiva, este disco representa una auténtica joya subestimada dentro del panorama rockero. Como sucede a menudo con ciertos trabajos, no ha recibido el reconocimiento que merece. En el contexto de la era Bon Scott, cada álbum de la banda poseía un sello distintivo, combinando influencias de blues rock con la crudeza del Hard Rock más puro, y Let There Be Rock no es la excepción: se presenta como una obra única dentro de su discografía.

El álbum se abre con un tema que parece no pertenecer a este mundo, sino a una dimensión superior: “Go Down”. Tras el característico “One, two, three” de Bon Scott, se desata una pieza inolvidable. La canción lo tiene todo: una letra provocadora —fiel al estilo irreverente de Bon—, una instrumentación épica, y un solo de Angus Young que establece un diálogo fluido y casi teatral con la voz de Scott. El oyente atento sabrá apreciar esta interacción magistral. Pese a su calidad, este tema nunca ha alcanzado la popularidad que, en mi opinión, merece.

A continuación, nos encontramos con “Dog Eat Dog”, un clásico con espíritu de single. Es un tema enérgico y a la vez accesible, que logra mantener un equilibrio perfecto entre contundencia y dinamismo. Los solos de Angus y los coros de Malcolm al cierre elevan la canción. Su estructura, aunque simple, resulta eficaz y su riff pegadizo tiene la capacidad de conquistar a cualquier aficionado del género.

El tiempo parece detenerse cuando comienza uno de los temas más significativos para mí —y para muchos otros—: “Let There Be Rock”. Este tema merece ser considerado como una forma de metamúsica, ya que dentro de su estructura se alude al mismo género que representa, con una ironía notable sobre sus orígenes. El ritmo es vertiginoso y aquí destaca particularmente el bajo omnipresente de Mark Evans. Angus Young ejecuta tres solos memorables que deberían figurar en el repertorio mental diario de todo fan. En cuanto a la interpretación vocal, Bon ofrece una de sus actuaciones más potentes y memorables. Recomiendo complementar la escucha con su videoclip, uno de mis favoritos. Ver a la banda tocar en una iglesia, con Bon caracterizado como sacerdote y Angus con una aureola de santo, mientras el resto aparece como monaguillos, es una representación visual tan icónica como la canción misma.

El cuarto tema, “Bad Boy Boogie”, presenta una notable actuación vocal de Bon y un riff principal desarrollado por los hermanos Young que roza la perfección. El puente que conduce al estribillo es especialmente efectivo, y el solo de Angus figura entre mis preferidos. En los conciertos de la época, esta canción solía extenderse debido a un característico striptease de Angus, lo que sumaba una dosis de teatralidad. Sin duda, una de las piezas más disfrutables del álbum.

En su edición europea, el quinto corte es “Problem Child”, también presente en Dirty Deeds Done Dirt Cheap, aunque en una versión un minuto más extensa. Se trata de otro tema cuya estructura sencilla no le impide generar una gran energía y transmitir una vibra positiva. Es siempre una grata experiencia volver a escucharlo.

Luego llega “Overdose”, una canción frecuentemente subestimada. Su introducción recuerda a “Live Wire” de High Voltage, con una guitarra solitaria que progresivamente se ve acompañada por el resto de la banda. Posee un tempo ideal para que Bon despliegue su carisma vocal. La letra se inscribe dentro de las denominadas “baladas de amor” al estilo Scott, dedicada a una mujer que le provoca una sobredosis más potente que cualquier sustancia. Es, sin duda, una balada al estilo AC/DC.

La séptima pista, “Hell Ain’t a Bad Place to Be”, es otro clásico ampliamente valorado por los seguidores de la banda. Su riff inicial es inmediatamente reconocible y altamente memorable. El puente y el estribillo son particularmente recomendables, con Bon alcanzando notas vocales exigentes. Es un tema infaltable en los conciertos en vivo, donde suele ser coreado con entusiasmo por el público.

Finalmente, cerrando el álbum, encontramos un auténtico himno de la banda y, junto a “Let There Be Rock”, uno de mis temas predilectos: “Whole Lotta Rosie”. El riff principal es una declaración de intenciones, un sonido que remite a la divinidad del Rock encarnada en AC/DC. La letra, explícita y provocadora, relata una experiencia íntima entre Bon y una mujer de medidas generosas, cuya intensidad superó todas sus expectativas. Esta historia, relatada con la habitual mezcla de ironía y desenfado de Bon, se convierte en un verdadero estandarte del hard rock más explosivo, rozando el heavy metal. El solo de Angus aquí podría considerarse el más logrado de su carrera y uno de los mejores que he escuchado, respetando, por supuesto, las opiniones personales. La voz de Bon, una vez más, no necesita mayor elogio.

CONCLUSIÓN

Así concluye uno de los álbumes más impresionantes que he tenido el placer de escuchar. Una experiencia sonora plena, de principio a fin, y un testimonio personal que me honra compartir. Altamente recomendado para quienes se inician en el universo de AC/DC y buscan comprender las razones por las que esta banda ocupa, merecidamente, un lugar privilegiado en la historia del Rock.




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