Hay aniversarios que pesan más que otros. Diez años después de la muerte de Scott Weiland, el mundo del Rock aún siente el vacío que dejó una de las voces más singulares, magnéticas y trágicamente humanas de su malograda generación. Weiland no fue únicamente el cantante de Stone Temple Pilots —grupo fundamental del rock alternativo de los 90—: también fue un intérprete camaleónico, un frontman de riesgo, una figura artística que transitó entre la genialidad y el abismo en cuestión de pocos años. Y si STP definió su primera era dorada, Velvet Revolver significó su resurrección, su segundo nacimiento… y quizá su última gran obra verdaderamente monumental, aunque siga siendo un fiel defensor del homónimo “Stone Temple Pilots” (2010).
Por eso
Contraband (2004) es más que un debut explosivo: relata la unión de músicos
surgidos de bandas fracturadas. Slash, Duff McKagan y Matt Sorum intentando
reconstruirse tras el colapso de Guns N’ Roses; Dave Kushner buscando por fin
un proyecto estable; y un Weiland que, entre adicciones, rehabilitaciones y
demonios propios, encontró un espacio donde convertir su dolor en dinamita
creativa. El resultado fue un disco que mezcló el músculo del Hard-Rock clásico
con la aspereza alternativo-grunge que Weiland llevaba tatuada en el ADN.
Un álbum
que no solo vendió millones: devolvió el rock a las listas, ganó un Grammy y
probó que músicos marcados por el caos podían gestar algo no solo contundente,
sino sorprendentemente fresco.
“Sucker
Train Blues” es la responsable de disparar este viaje imperdible. El riff y el
posterior solo de Slash evocan su etapa más salvaje con GNR, mientras Scott
apuesta por fraseos frenéticos y pequeñas dosis de teatralidad que intensifican
la crudeza de una letra que alude de forma explícita a la adicción y a la salud
mental. Tampoco pasa desapercibida la descomunal interpretación de Matt Sorum a
la batería, marcando el pulso con un martilleo constante. Una apertura
demencial y digna para un disco que conquista desde la primera escucha.
Recuerdo
mi primer acercamiento a Velvet Revolver cuando, casi por azar, me topé con un
show del grupo en Argentina ante una hinchada de primerísimo nivel (¿cuándo
decepciona el público latino?) y “Do It For The Kids” era la encargada de
encender la noche. Se trata de un tema intenso y pesado, donde el bajo de Duff
cobra protagonismo con una línea llena de cuerpo y, nuevamente, Mr. Weiland nos
hechiza en un estribillo tan pegadizo como pocos en esta obra. La lírica de
redención se siente autobiográfica si consideramos el momento tan complejo que
atravesaba el cantante en esos años.
El nivel
no decae en absoluto con la llegada de “Big Machine” y su Hard-Rock musculoso,
pero con sutiles guiños industriales en algunos riffs de Slash que otorgan al
tema una atmósfera más contemporánea. Weiland canta con un tono casi paranoico,
como si estuviera atrapado en un mundo que escapa a su control (algo poco, o
nada, distante de la realidad).
Pido al
lector que preste atención a la destructiva letra que Scott firmaba en “Illegal I
Song”, donde, apoyándose en metáforas, hablaba abiertamente del consumo de
drogas, la tentación constante y la falsa ilusión de control que estas le
daban. Una carta de auxilio cantada con un plus de crudeza y elevada a un plano
superior de teatralidad gracias al enfermizo solo de Slash. Belleza y
destrucción caminando de la mano.
La
densidad previa se disipa unos instantes para dar paso a la alegría clásica de
“Spectacle”, un tema cargado de ironía y crítica sobre la exposición mediática
de las celebridades. No es una pieza especialmente ambiciosa, pero no lo
necesita para atraparte en la primera escucha. Me encanta la coordinación del
grupo en ese parpadeante puente que, poco después, desemboca en un estribillo
de indudable clase.
La joya
por excelencia del álbum y quizá de todo el proyecto es “Fall To Pieces”. La
dupla formada por Slash y Duff construye una composición lacrimógena y melódica
a partes iguales sobre la que Scott Weiland entrega una de sus interpretaciones
vocales más memorables y, si se me permite, una de las más auténticas de su
carrera. La fragilidad de esta carta abierta sobre la pérdida y la recaída
mostraba a un cantante despojado de máscaras y con la urgencia de redimirse. Y
si estos elementos no bastaran para justificar su grandeza, espera a escuchar
el glorioso solo que Slash regala en la segunda mitad.
El
hipnotismo del grupo vuelve a emerger en la atmosférica “Headspace”, tema donde
destaca la compenetración de Duff y Matt, quienes traman una base rítmica tan
inquietante como impredecible. A nivel instrumental se siente, por momentos,
claustrofóbica, algo reforzado por una letra que habla de la imposibilidad de
encontrar un mínimo de paz mental. El estribillo parece sacado de los mejores
Soundgarden o Alice In Chains. Temazo.
La faceta
descarada y camaleónica de Weiland y compañía toma el mando en “Superhuman”, un
corte adictivo como pocos en este LP donde el trabajo de bajo y guitarras es
insoslayable. Hard-Rock con pinceladas de Grunge que seduce y convence gracias
a un despliegue vocal incendiario por parte de Scott.
Tampoco
desmerece el Hard-Rock sin filtros de otro hit del grupo como “Set Me Free”,
tema compuesto originalmente para la BSO de Hulk y que nos permite disfrutar de
unos Velvet Revolver más cercanos al Punk, con un riff veloz y una actitud
rabiosa predominante. Un número que podría haber llevado la firma de GNR sin
pestañear.
La
segunda, y última, balada del LP es “You Got Not Right”. Aunque “Fall To
Pieces” la eclipsara en parte, esta pieza no queda a la zaga. Como en otros
cortes del álbum, Weiland emula los momentos más desgarradores de Stone Temple
Pilots con una interpretación íntima. Las guitarras acústicas, suaves y
cristalinas, crean un espacio casi confesional. Probablemente uno de los temas
más infravalorados del disco.
En
undécimo lugar aparece “Slither”, el clásico indiscutible del quinteto. Su riff
principal es ya parte del canon moderno del rock, al igual que la
interpretación vocal de un colosal Weiland, quien ofrece una clase magistral de
tensión sexual, agresividad y control escénico. El estribillo, por supuesto, es
un himno instantáneo y la estructura, impecable. Como muchos saben, este hit
les valió un Grammy cuyo merecimiento nadie osa cuestionar.
Casi al
final del LP surge mi querida “Dirty Little Thing”, pieza veloz, macarra y
festiva que muestra a una banda pasándoselo en grande durante la grabación. Una
vez más emergen las influencias punkies del grupo, especialmente en su enfoque
vocal y rítmico. No hay pretensión alguna, solo diversión y adrenalina.
La
experiencia sonora concluye con “Loving The Alien”, un cierre íntimo y
melancólico construido a partir de múltiples texturas y una fragilidad vocal
que adquiere un cariz profético si pensamos en su letra sobre sentirse otra
persona y en el destino del propio Weiland pocos años después. Un final poético
para un disco que también narra la historia de una lucha.
CONCLUSIÓN
Más de
veinte años después de su lanzamiento y una década tras la muerte de Scott
Weiland, Contraband continúa siendo más que un gran disco: es un acto de
supervivencia transformado en arte.
Aquí
escuchamos a un Scott herido pero poderoso, vulnerable pero magnético,
consciente de sus grietas pero capaz de convertirlas en oro. Velvet Revolver no
fue un proyecto perfecto ni eterno —quizá precisamente porque estaba formado
por personas rotas intentando recomponerse—, pero sí un momento irrepetible.
En
Contraband, Weiland no solo cantó: renació, aunque fuera por un tiempo
demasiado breve. Y hoy, mientras su voz sigue resonando en cada rincón del
álbum, recordamos lo que muchos ya sabían: Scott Weiland fue —y seguirá siendo—
una de las presencias más singulares, creativas y emotivas del rock
contemporáneo.

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