Cuarenta años no se celebran todos los días, y nuestros queridos Helloween lo tuvieron clarísimo desde que anunciaran hace ya bastantes meses su gira conmemorativa. El público español, uno de los más apreciados por los gigantes alemanes, puede presumir de ser de los pocos afortunados con dos fechas en el tour, algo posible gracias al sold out casi instantáneo del show del 15 de noviembre.
La Nueva Cubierta de Leganés se transformó, por tanto, en un auténtico templo
del Power Metal, abarrotado desde primera hora por unos fieles que querían
asegurarse un buen sitio en un recinto sin asientos asignados, donde el orden
de llegada marca la ubicación. Ni siquiera había arrancado la actuación de
Beast In Black —teloneros de los que hablaré más adelante— y las gradas ya
ofrecían un aspecto casi completo, con ánimos más que predispuestos a una gran
noche.
Nadie quería perderse a Helloween, una banda que desde hace casi una década
vive una segunda juventud gracias al regreso de dos pilares esenciales de su
historia: Kai Hansen, fundador, primer vocalista, guitarrista excepcional y
autor de varios clásicos inmortales del grupo, y el incansable Michael Kiske,
leyenda vocal que marcó época en los dos míticos “Keepers” y en un par de
trabajos posteriores quizá menos redondos. Tras una primera gira de reunión
centrada en repasar viejos himnos, esta formación con dos (o tres) voces
compartiendo escenario consolidó su excelente estado de forma en el homónimo
“Helloween” (2021) y en el monumental “Giants & Monsters” (2025), que tiene
muchas papeletas para ser el mejor LP de este año.
BEAST
IN BLACK: UNA BUENA DOSIS DE METAL PESE AL IRREGULAR SONIDO
Con
puntualidad británica y una Cubierta ya prácticamente llena, los finlandeses
Beast In Black arrancaron una actuación de una hora en la que consiguieron
conectar con un público que demostró conocer buena parte del repertorio de esta
banda, actualmente celebrando su décimo aniversario y preparando un nuevo álbum
para el próximo año.
Aunque no soy especialmente adepto al tipo de Metal que proponen —con un uso en
ocasiones excesivo de samples y pistas pregrabadas—, y pese a que el sonido me
pareció algo saturado dentro de un espacio ya de por sí complejo acústicamente,
hay que admitir que el conjunto logró animar al respetable con una puesta en
escena vibrante y contagiosa. Merece destacarse que en plena gira junto a
Helloween la banda tuvo que afrontar la baja del guitarrista Kasperi Heikkinen,
incorporando a contrarreloj al exmiembro de Children Of Bodom Daniel Freyberg,
quien ha logrado aprenderse el set con sorprendente rapidez.
Tras un arranque contundente con “Power Of The Beast” y “Hardcore”, el grupo alternó
temas de distintas épocas como “Blood Of A Lion”, “Cry Out For A Hero” o la
celebrada “Sweet True Lies”, junto al más reciente sencillo “Enter The
Behelit”. Ya en la recta final cayeron piezas infalibles como “Beast In Black”,
“One Night In Tokyo”, “Blind And Frozen” o “No Surrender”, antes de retirarse
prometiendo un repertorio completamente distinto para su segunda fecha en la
capital.
Guste más o menos su propuesta moderna, Beast In Black se mostraron solventes
con un show convincente y energético, aunque el sonido empañara algunos
pasajes. Mención especial para su vocalista, Yannis Papadopoulos, dueño de una
voz poderosa que por momentos me recordó al gran Tim “Ripper” Owens.
HELLOWEEN
SOMETE A LA CAPITAL CON SU POWER METAL ATEMPORAL
Poco
después de las nueve, la megafonía de la Cubierta comenzó a reproducir los
inconfundibles acordes de “Let Me Entertain You”, de Robbie Williams, canción
que Helloween emplea desde hace años como introducción mientras los roadies
ultiman detalles tras una enorme lona con el logo del grupo. Minutos más tarde,
con el escenario ya descubierto, estalló la euforia cuando los músicos tomaron
posiciones y arrancaron con un clásico descomunal del segundo “Keeper”: “March In
Time”. De inmediato quedó claro el espectacular estado de forma de Michael
Kiske (algo que ya no sorprende) y de un Andi Deris al que, hace un par de
años, se le notaba algo más fatigado. Sus voces encajaron de manera gloriosa,
especialmente en el estribillo que Madrid coreó de forma unánime.
Acto seguido, y situados en la pasarela que sobresalía del escenario, la
incansable dupla formada por Kai Hansen y Michael Weikath —confieso que son uno
de mis tándems favoritos del Heavy Metal— firmó el primer solo memorable de la
noche, aunque la estructura de la Cubierta y mi ubicación no siempre
facilitaron distinguir las guitarras con nitidez.
Con un despliegue tecnológico más ambicioso de lo habitual —siguiendo la estela
de lo que Iron Maiden han hecho en su última gira—, las calabazas terminaron de
ganarse al público con una de las grandes sorpresas del set, especialmente para
quienes adoramos la etapa más moderna con Deris. Cuando los primeros acordes de
“The King for a 1000 Years” surgieron de la guitarra de Sascha Gerstner, la
audiencia acompañó de inmediato a Andi y Michael en este complejo tema —abría
el denostado tercer “Keeper”— que sonó impecable pese a su duración recortada. La
banda navegó con maestría por sus múltiples cambios y la iluminación, siempre
dinámica, amplificó el dramatismo de la pieza.
Kai Hansen terminó de conquistar a la audiencia cuando, tras un breve solo que
incluyó la célebre melodía de “In The Hall Of The Mountain King” —referenciada
también por Helloween en “Gorgar”—, disparó el inconfundible riff de “Future
World”. La reacción fue abrumadora: miles de gargantas cantando cada verso y
estribillo, reforzando una conexión banda-público que ya venía siendo evidente.
Las pulsaciones bajaron ligeramente con “This Is Tokyo”, el primero de los
cuatro cortes de “Giants & Monsters” que sonarían esa noche. Aunque no es
de mis favoritos, admito que en directo gana fuerza, sobre todo gracias a su
estribillo accesible, que el público abrazó sin dudar. Pero la calma duró poco:
la batería de Dani Loëble abrió fuego segundos después para introducir la
incendiaria “We Burn”, cañonazo de los 90 con un Deris magistral tanto al
micrófono —insisto en su notable mejoría— como manejando un pequeño
lanzallamas, sincronizado con las llamaradas que surgían del frontal del
escenario.
Tras el lucimiento de Deris llegaba el turno de Kiske, quien, no sin antes
mostrar su rechazo hacia la inteligencia artificial y su capacidad para anular
la creatividad humana, nos regaló una interpretación sublime de otra de las
grandes sorpresas del tour. Que la banda haya recuperado tras casi cuatro
décadas la vertiginosa “Twilight of the Gods”, una de mis favoritas del primer
“Keepers”, ya justifica esta gira histórica. Velocidad, doble bombo, guitarras
afiladas en un solo doblado glorioso por Hansen y Weikath, agudos punzantes…
una demostración de poder olímpico a cargo de una banda inmune al paso del
tiempo.
Fiel a la tradición, Kai Hansen tomó por primera vez el micrófono para
trasladarnos a mi venerado “Walls Of Jericho” con ese torbellino atronador
llamado “Ride The Sky”, que sonó como en los 80. Kai cumplió con creces,
alcanzando notas realmente exigentes pese a sus limitaciones y ejecutando un
solo endiablado mientras el público tarareaba cada nota.
Otros dos temas recientes que funcionaron a la perfección fueron “Into The Sun”
y “Universe (Gravity From Hearts)”. El primero redujo revoluciones con sus
líneas melódicas, permitiendo apreciar el empaste vocal de Kiske y Deris
mientras las pantallas proyectaban paisajes cálidos. “Universe”, al igual que
“This Is Tokyo”, se confirmó como un tema que crece en vivo, impulsado por el
despliegue vocal de Kiske y un magnífico solo de guitarras gemelas.
Entre medias cayeron dos piezas rescatadas para este 40 aniversario que sirven
para reivindicar obras injustamente subestimadas de la era Deris. La primera
fue “Hey Lord!” del “Better Than Raw”, celebradísima por el público y coreada
con entusiasmo, mientras Deris demostraba no solo su talento vocal, sino su
habilidad innata como frontman, conectando de continuo con la audiencia y
tirando de un español sorprendentemente fluido en las palabrotas (gracias a sus
largas estancias en Tenerife —este blog es de allí, ¿no?—). Poco después, y no
sin que Andi confesara que se trata de su composición preferida de Markus
Grosskopf, la banda rescató del olvidado “Rabbits Don’t Come Easy” la adictiva
“Hell Was Made in Heaven”, más oscura y pesada que la original debido al
poderío rítmico de Markus y Dani, pero también al propio Deris.
Tras un poderoso solo de batería a cargo de Dani Löble, donde combinó técnica
con numerosos guiños interactivos al respetable, llegó la histórica “I Want
Out”, que desató uno de los momentos más salvajes de la noche. Este himno
generacional fue coreado de principio a fin, incluido el icónico solo de
Hansen. Tenía la espina clavada de no haberlo escuchado antes en vivo, así que
poder presenciarlo ahora ha sido una alegría inmensa.
El siguiente momento sirvió para bajar revoluciones: situados al frente de la
pasarela y armados con una guitarra acústica, Deris y Kiske ofrecieron un set
de poco más de cinco minutos, ideado —según el propio Kiske— para que Kai
pudiera fumarse un cigarro (algo que parece cierto, pues salió a escena de
manera cómica en ese momento con un cigarrillo en mano antes de desaparecer).
Ambos interpretaron tres temas acústicos de Helloween y dos breves guiños a
Elvis —“Love Me Tender” y “Suspicious Mind”— que funcionaron maravillosamente.
Tras la breve “Pink Bubbles Go Ape”, cálidamente interpretada por Kiske, llegó
el turno de viajar al “Master Of The Rings” para disfrutar de una deliciosa
versión de la íntima “In The Middle Of A Heartbeat”, bordada por Deris. La
guinda de este pequeño pastel la puso la antológica “A Tale That Wasn’t Right”,
interpretada a dúo por ambos vocalistas antes de que el resto de la banda se
sumara.
Tengo la impresión de que la divertidamente pegadiza “A Little Is a Little Too
Much” terminará convirtiéndose en un clásico moderno de las calabazas. Fue la
última referencia a “Giants & Monsters”, sonó potente y recibió una acogida
digna de un tema veterano.
Hansen volvió a tomar el micrófono para reventar la Cubierta con “Heavy Metal
(Is The Law)”, otro imprescindible de “Walls Of Jericho”, despertando un
ambiente festivo que él mismo agradeció al finalizar. Power Metal de galones
llevado a su máxima expresión.
Los doce minutos de la archiconocida “Halloween”, la pieza con la que Kiske se
presentó en sociedad como nuevo cantante, embrujaron Madrid con su dramatismo,
sus cambios imposibles y un solo a cuatro manos cortesía de Weikath y Hansen. A
estas alturas ya está dicho todo sobre ambos vocalistas, pero su desempeño aquí
rozó lo inhumano. Parecía el final del espectáculo.
Entre vítores que reclamaban un bis, la megafonía hizo sonar “Invitation”, la
inconfundible intro del “Keeper II”, que desembocó en la legendaria “Eagle Fly
Free”, tema que me introdujo en el universo de Helloween hace ya muchos años.
Kiske ofreció una interpretación sobresaliente, poniendo alma y entrega en cada
frase, acompañado por miles de voces. El trío de guitarras protagonizó un solo
al unísono replicado después por Markus al bajo y Dani a la batería, antes de
que Kiske cerrara con esa histórica nota aguda que todos esperábamos.
Deris recogió entonces el testigo para una “Power” pletórica —¡cómo coreó la
Cubierta ese solo melódico!— antes de que la velada llegara a su final
inapelable con la festiva “Dr. Stein” y el tramo final de la epopeya “Keeper Of
The Seven Keys”, que nos despidió entre pirotecnia y la aparición de una enorme
calabaza sobre el escenario.
CONCLUSIÓN
Dos horas
y media que se esfumaron gracias a una interpretación impecable por parte de
una banda que, pese a lidiar con una acústica bastante mejorable (si fuera por ese elemento no le hubiera puesto las cinco estrellas a la velada), volvió a
demostrar por qué en materia de Power Metal siguen sin tener rival. Así se lo
hicieron saber las miles de almas que anoche acudieron a su ritual sonoro.
El
repertorio elegido para esta gira me parece sencillamente inmejorable, sobre
todo si se tiene en cuenta lo complejo que resulta condensar cuatro décadas de
trayectoria sin renunciar a clásicos fundamentales y, a la vez, cumplir con la
obligación de promocionar el último trabajo de estudio. Obviamente hubo alguna
que otra pieza que pude echar en falta (“I’m Alive”, una versión completa de
“Keeper Of The Seven Keys” o “Sole Survivor”, por ejemplo), pero es
prácticamente imposible confeccionar un setlist de esta envergadura cuando has
disfrutado —salvo momentos muy concretos— de una carrera tan fértil.
Espero
poder reencontrarme en el futuro con estas entrañables calabazas a las que he
tenido la fortuna de entrevistar en el pasado y que, dicho sea de paso, siempre
han ocupado un lugar muy especial en mi corazón como una de mis bandas
preferidas de todos los tiempos.


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