No peco de exagerado al afirmar que en esta reseña abordaremos con detalle uno de los álbumes más emblemáticos del Metal Progresivo. Y es que en 2001, específicamente el 12 de marzo de ese año, unos jóvenes músicos oriundos de Estocolmo (Suecia) darían el salto a la fama con un álbum sensacional titulado “Blackwater Park”. Esta obra, que se convertiría en la quinta de su catálogo, también marcaría la consolidación de una nueva etapa para el grupo en términos compositivos, alejándose de sus raíces más cercanas al Black/Death Metal Progresivo (honor para “Orchid”, “Morningrise” y el conceptual “My Arms, Your Hearse”, las tres obras que lanzaron en esos años) para acercarse a un estilo más refinado que ya comenzaba a vislumbrarse en “Still Life” (1999).
“Blackwater Park” nace de la ambición de Mikael
Åkerfeldt por continuar la sofisticación sonora que Opeth había estado
explorando en los últimos tiempos. Así, tras la gira promocional de “Still
Life”, el líder de la banda comenzó a grabar demos con numerosas ideas que
pronto se convertirían en himnos imperecederos. Además, un factor crucial en
esta nueva etapa del grupo fue la colaboración del mismísimo Steven Wilson
(Porcupine Tree), quien, tras escuchar “Still Life” y las mencionadas demos que
Mikael había grabado, no dudó en asumir el rol de productor del álbum. Por si
fuera poco, el propio Wilson se encargó de grabar numerosos arreglos de piano,
voces y guitarras, que ayudaron a Opeth a avanzar hacia la ambiciosa
experimentación que tanto deseaban.
Mención especial merece la bellísima portada que el
gran Travis Smith creó para este trabajo (sus numerosas obras para Opeth son
una auténtica delicia), donde es posible captar el tono decadente que
predominará a lo largo del LP. Es realmente difícil encontrar algún atisbo de
optimismo o luz entre tantos tonos grises y naturaleza muerta. Pocas veces
portada y música han ido tan de la mano como en este caso. Mis respetos.
Con un lento fade-in se inicia “The Leper Affinity”,
un tema idóneo tanto para abrir el disco como para presentarnos de manera clara
la evolución musical que los suecos estaban experimentando. Y es que, tras una
primera mitad de canción marcada por la ira gutural, los muteados y un buen
puñado de riffs intrincados, las armonías de las guitarras y las voces
comienzan a hacerse cada vez más presentes (aunque la banda no deja de sonar
igualmente oscura, cuidado) hasta llegar a una sección intermedia completamente
acústica, en la que los teclados y coros brillan como nunca antes hasta ese
momento, creando una especie de ambientación teatral que funciona a las mil
maravillas. Posteriormente, para no desorientar al oyente, la banda recuperará,
gracias al riff inicial, la potencia de los primeros minutos y nos llevará por
el camino de la locura hasta ese novedoso final marcado por la presencia de un
piano. Diez minutos y 23 segundos esenciales para entender el giro compositivo
de una banda del calibre de Opeth.
“Bleak” merece una mención aparte. Es una de mis
canciones preferidas de Opeth, en la que encontramos algunos de los riffs y
secciones progresivas más ambiciosas de su extenso catálogo. En líneas
generales, esta pieza se acerca más al sonido de sus obras anteriores, gracias
a un trabajo instrumental realmente complejo y a los inconfundibles growls de
Mikael, quien sorprende al cambiar su registro hacia tonos limpios en el
memorable estribillo, aunque esté lejos de ser pegadizo (un nuevo indicio de
evolución). Tras un nuevo interludio acústico (¡qué belleza de punteos
encontramos aquí!), la banda eleva la propuesta decibélica hasta un ritmo
demencial, provocando un final digno de semejante clasicazo.
“Harvest” es otro de los grandes puntos culminantes
del álbum, aunque en su momento levantara algunas ampollas entre sus seguidores
más conservadores. Dado el don que esta banda posee para las estructuras más
complejas, lo lógico era esperar que una canción que se iniciaba lenta y
acústica como esta terminara desembocando en el más absoluto caos. Nada más
alejado de la realidad. Estamos ante una melancólica pieza donde las melodías
acústicas de las guitarras y el tono gótico que impone la voz de Mikael no pueden
ser más evocadores. Opeth había cambiado, pero la magia seguía intacta.
Aunque comienza con la misma guitarra acústica que
cerraba la pieza anterior, “The Drapery Falls” es una composición con identidad
propia, de esas que te dejan boquiabierto desde el primer solo de guitarra y
que cuenta con una línea de bajo adictiva por parte de Martín, quien nos
hipnotiza con su dominio de las cuatro cuerdas. Para mí, esta pieza podría
describirse como “hipnótica”, ya que sus primeros minutos parecen moverse por
una sucesión de pasajes densos y sombríos donde Mikael apuesta firmemente por sus
registros más limpios. Sin embargo, cuando parece que nada va a alterarse, los
guturales de Åkerfeldt entran en juego y la instrumentación evoluciona hacia
terrenos más progresivos (ojo al despliegue de guitarras), esos en los que la
banda se mueve a placer. Como si nada hubiera pasado, esta epopeya sonora
finaliza con el mismo solo de guitarra que nos daba la bienvenida (esta sección
acústica me recuerda un poco a algunas piezas de sus queridos Jethro Tull).
Continuamos nuestra travesía con “Dirge for November”,
una pieza que se inicia de la manera más dulce posible, gracias a una
interpretación luminosa por parte de Mikael y su guitarra acústica. Tras unos
compases donde ambas guitarras acústicas nos trasladan a paisajes bucólicos, la
banda al completo entra en escena, tiñendo toda esperanza de oscuridad con esas
melodías macabras y unos growls por parte de Åkerfeldt que harían temblar a
cualquiera si comenzaran a sonar por la noche mientras dormimos. Tras unos
minutos de absoluta destrucción, nuevamente un pasaje acústico se encargará de
cerrar la pista.
Pocas canciones en esta obra cumplen con los
parámetros del Metal Progresivo como “The Funeral Portrait”, una pista que
desde el primer segundo impone una dinámica marcada por constantes cambios de
ritmo, con riffs de todo tipo, un bajo que no deja de golpear y una
interpretación vocal bipolar por parte de Mikael, que lo mismo te estremece con
otra ración de growls desmedidos que te cautiva con algunas voces más limpias
hacia el final de la pista (un contraste que se agradece). Aunque hay muchos
seguidores que siempre la describen como la composición menos vistosa del álbum
o la que más les costó digerir, debo reconocer que se encuentra entre mis
preferidas de este “Blackwater Park”.
Tras “Patterns In The Ivy”, un interludio bucólico de
guitarra y piano que no llega a los dos minutos de duración, la banda pone toda
la carne en el asador para cerrar la obra por todo lo alto con la homónima
“Blackwater Park”, una pista que en 12 minutos resume lo escuchado en todo el
álbum, apostando nuevamente por ese perfecto equilibrio entre furia y paz,
guturales y voces limpias, pero siempre bajo un halo constante de oscuridad. En
los momentos más incisivos, podemos vislumbrar a los Opeth de sus primeras
obras, mientras que en las secciones más progresivas parece que la banda
comienza a insinuar hacia dónde orientarán su sonido en futuras entregas. Sea
como fuere, estamos ante un final majestuoso para una obra imperecedera.
CONCLUSIÓN
“Blackwater Park” no es un álbum más dentro del
catálogo de estos suecos, sino su joya más preciada. A lo largo de una hora y
siete minutos, la banda nos muestra su enorme habilidad para fusionar lo
extremo con lo progresivo (¡hacen que parezca fácil, pero no lo es!), logrando
crear una obra que siempre te revela algo nuevo, aunque sea la enésima vez que
la escuchas. Tal vez haya quienes no coincidan, pero para mí, esta es la única
obra de Opeth donde conviven en armonía sus diferentes etapas musicales (el pasado,
presente y futuro de una de las bandas más grandes del Metal Progresivo), algo
que le otorga, incluso, más valor a esta joya musical.
Como era de esperar, la recepción por parte de sus
seguidores y la crítica fue tan positiva que finalmente les permitió abandonar
la escena underground para convertirse en una banda a tener muy en cuenta en
aquel momento. Así, fue el inicio del fenómeno Opeth, que se tradujo en grandes
giras y un crecimiento de su legión de fans alrededor del planeta, que hasta el
día de hoy siguen acudiendo en masa a cada nuevo tour que el grupo ofrece.
Si alguien piensa adentrarse por primera vez en
“Blackwater Park” o en cualquier otro álbum de Opeth, creo que es necesario
advertirles que nunca se disfrutará al 100% en la primera escucha. Como sucede
con todas las bandas de Metal Progresivo, este tipo de obras, con piezas tan
extensas y con instrumentaciones complejas, requiere de varias escuchas para
ser apreciado en su totalidad.
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