El rock sureño tiene muchos nombres propios, pero pocos tan esenciales como The Allman Brothers Band, formación a la que ya tocaba dedicarle un espacio en nuestro blog.
A
principios de los setenta, el sexteto de Macon, Georgia, consiguió lo que
parecía improbable: fusionar la improvisación del jazz, la crudeza del blues y
la energía del rock en un lenguaje propio, cálido y expansivo. Con su debut
homónimo (1969), el monumental “Idlewild South” (1970) y, sobre todo, el
legendario directo “At Fillmore East” (1971), dejaron claro que no eran
simplemente una banda regional, sino una de las agrupaciones más sólidas y
creativas de Norteamérica.
El
éxito, sin embargo, llegó acompañado de tragedia. El 29 de octubre de 1971,
Duane Allman —líder espiritual y guitarrista visionario— falleció en un
accidente de moto en su tierra natal con apenas 24 años, truncando una de las
carreras más prometedoras de la época. La fatalidad volvió a golpear poco
después: apenas un año más tarde, y con el sobresaliente “Eat The Peach” (1972)
recién publicado, Berry Oakley, bajista y miembro fundador, perdió la vida en
otro accidente de moto, a pocas calles del lugar donde Duane había caído.
En
la mayoría de los grupos, estas pérdidas habrían supuesto el final. Pero los
Allman Brothers, lejos de rendirse, decidieron honrar a sus compañeros
manteniendo vivo su legado. El resultado fue Brothers and Sisters, un título
cargado de simbolismo: homenaje a la fraternidad que los unía y a la
resiliencia que les permitió seguir en pie.
Con
Dickey Betts asumiendo el liderazgo musical desde “Eat The Peach”, el sonido
del grupo experimentó un cambio notable. Su guitarra pasó a marcar el rumbo,
sustituyendo el desgarrado fraseo slide de Duane por un estilo más melódico y
cercano al country. La llegada de Chuck Leavell al piano aportó un matiz
luminoso y elegante, mientras que Lamar Williams —quien tomó el relevo de
Oakley en el bajo— encajó con naturalidad, construyendo una base sólida y
fluida. Cabe mencionar que en dos cortes, “Wasted Words” y “Ramblin’ Man”, se
incluyeron líneas de bajo grabadas por Oakley antes de su fallecimiento.
Si
los trabajos previos habían sido ejercicios de virtuosismo y exploración
blues-rock, Brothers and Sisters abrió la puerta a un sonido más accesible,
soleado y melódico, sin abandonar la improvisación. Fue un viraje consciente,
orientado no solo a sobrevivir a la pérdida, sino a crecer como banda. Además
del simbolismo del título, merece destacarse la calidez de la icónica portada:
una tierna fotografía de Vaylor Trucks, hija del batería Butch Trucks y su
esposa Linda. En la contraportada, menos conocida pero igualmente entrañable,
aparece Brittany Oakley, hija del fallecido Berry Oakley.
En
lo musical, el álbum se abre con fuerza gracias a “Wasted Words”, liderada por
la inconfundible voz y guitarra rítmica de Gregg Allman, enriquecida por las
pinceladas slide de Betts. El grupo despliega aquí un blues-rock clásico, de
groove relajado, que preserva intacta la esencia de sus primeros discos.
A continuación, llega la celebérrima “Ramblin’ Man”, probablemente el mayor éxito comercial del grupo. Composición 100% Dickey Betts, es una oda al viajero incansable y a la libertad, impregnada de espíritu country. Su interpretación vocal, evocadora y sincera, se apoya en coros omnipresentes que refuerzan su aire sureño.
El
nivel no decae con “Come and Go Blues”, pieza de tono introspectivo y
melancólico, construida sobre un brillante piano que arropa a un inspirado
Gregg Allman en las voces.
El
blues más crudo y delicioso aflora en la gloriosa “Jelly Jelly”, donde todo
encaja a la perfección: Gregg deslumbra al micrófono y con un pequeño solo de
órgano; Dickey aporta adornos y un monumental solo de guitarra; el piano de
Leavell cobra un protagonismo notable; y la base rítmica de Butch y Lamar
imprime un pulso contagioso. Es, sin duda, mi favorita del disco.
El
piano de Chuck vuelve a brillar en la alegre y directa “Southbound”, tema
enérgico que remite a los primeros trabajos del grupo, especialmente por sus
adictivas líneas de guitarra firmadas por Allman y Betts.
Otro
momento cumbre es la célebre “Jessica”, joya instrumental alegre y expansiva,
cuya melodía respira libertad. Poco o nada tiene que envidiar a otras grandes
piezas instrumentales de su repertorio (véanse “In Memory Of Elizabeth Reed” o
“Les Brers In A Minor”). Betts compone aquí un viaje casi cinematográfico por
el sur de Estados Unidos, alternando energía y lirismo bajo una atmósfera
sureña que inunda de calidez cada segundo.
El
cierre llega con “Pony Boy”, desenfadado y campestre, en formato acústico, que
muestra la vertiente más mágica de la tradición folk. Por segunda y última vez
en el LP, Betts combina guitarra y voz para despedir el álbum con una sonrisa,
tras un recorrido marcado por la melancolía y la celebración de la vida.
CONCLUSIÓN
Brothers
and Sisters no solo consolidó el prestigio de la banda: contribuyó
decisivamente a moldear el rock sureño como género de masas. Su fusión de
raíces americanas con un enfoque moderno influyó en grupos como Lynyrd Skynyrd
o ZZ Top, entre otros.
A
día de hoy, sigue siendo el disco más popular y vendido de los Allman Brothers,
pero no es solo un éxito comercial: es un testimonio de transición, duelo y
victoria. Una obra que demuestra que, incluso en medio de la pérdida, la música
puede convertirse en un acto de amor y resistencia.
Confieso
que siempre he sentido predilección por Eat The Peach, Idlewild South y, por
supuesto, At Fillmore East, pero sería un pecado no otorgar la máxima
calificación a un disco de culto como Brothers and Sisters.
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