Pocas formaciones lograron encarnar el espíritu del Hard-Rock clásico con tanta naturalidad y elegancia como Bad Company. Surgidos a mediados de los años 70 a partir de la unión de músicos procedentes de Free, Mott the Hoople y King Crimson, el grupo comandado por Paul Rodgers construyó una discografía donde la sencillez, el groove y la fuerza vocal pesaban más que cualquier despliegue de virtuosismo. Bad Company nunca necesitó excesos: sus canciones olían a carretera, bebían del blues británico, el soul y el rock americano en una combinación perfectamente equilibrada.
Este
álbum tributo, bajo el título de “Can’t Get Enough”, no funciona como un
ejercicio de nostalgia hueca ni como un mero recopilatorio de versiones. Se
presenta, ante todo, como un reconocimiento explícito a una banda cuya
influencia ha sido decisiva para varias generaciones, desde el Hard-Rock
setentero hasta el rock de estadio más contemporáneo. Y lo hace desde una
perspectiva acertada: mezclando artistas jóvenes con veteranos, voces actuales
con nombres históricos, e incorporando al propio Paul Rodgers y a Simon Kirke
en varias de las interpretaciones, lo que refuerza una sensación de continuidad
más que de homenaje distante. De hecho —y permítanme aquí una pizca de
subjetividad— considero que Bad Company merecía un disco de estas
características, ya que siempre ha dado la impresión de haber quedado
injustamente relegada a un segundo plano dentro de la historia del Rock.
El
resultado es, como comprobarán, un trabajo respetuoso, diverso y —en no pocos
momentos— sorprendentemente emotivo, donde cada artista demuestra haber
entendido que Bad Company nunca fue solo una colección de riffs memorables,
sino una cuestión de actitud, alma y canciones capaces de envejecer con una
dignidad admirable.
El
álbum se abre con una de las elecciones más inesperadas de todo el repertorio.
Hardy, procedente del country rock moderno, ofrece una lectura cruda y directa
de “Ready For Love” (Bad Company, 1974). Su registro áspero encaja mejor de lo
previsto, conservando la vulnerabilidad del original, aunque envuelta en una
producción más actual. Me convence, si bien probablemente sea la versión menos
atractiva del conjunto.
En
claro contraste, la revisión de “Shooting Star” (1975, Straight Shooter)
firmada por Halestorm junto al propio Paul Rodgers se erige como uno de los
grandes momentos del LP. Cuando confluyen dos voces tan formidables como la de
Mr. Rodgers y la de mi querida Lzzy Hale, respaldadas por una instrumentación
sólida, el resultado solo puede ser satisfactorio. Pasado y presente se dan la
mano para narrarnos una historia trágica sobre la fama y sus zonas más oscuras.
En
tercer lugar, nos encontramos con una nueva visita a “Straight Shooter” a
través de una sensual reinterpretación de la célebre “Feel Like Makin’ Love”, a
cargo de Slash Featuring Myles Kennedy and The Conspirators, un proyecto que
rara vez falla en términos de calidad. Aquí, el guitarrista del icónico
sombrero comprende a la perfección el espíritu del tema y, lejos de saturarlo
con solos innecesarios, opta por respetar las melodías originales, permitiendo
que el gran Myles Kennedy firme una interpretación sobria y elegante de este
clásico de Bad Company.
Paul
Rodgers vuelve a sumarse a este tributo a su propia banda, esta vez arropado
por Blackberry Smoke y Brann Dailor (Mastodon), para regrabar la épica “Run
With the Pack”, tema que dio título al álbum de 1976. Con unos teclados
omnipresentes como base, el conjunto conserva la esencia sureña de la versión
original, aunque incorporando un pulso rítmico más actual en la batería.
Llega
el turno de The Struts y su glam altamente adictivo en una más que destacable
versión de “Rock ‘n’ Roll Fantasy” (Desolation Angels, 1979). La formación
originaria de Derbyshire aporta teatralidad y una energía juvenil que
revitaliza el disco con esta reinterpretación tan vibrante.
Charley
Crockett, uno de los nombres propios del country contemporáneo, asume las
labores vocales en el recomendable cover de la homónima “Bad Company”. Su
particular timbre, junto a los arreglos de cuerdas, consigue ampliar aún más el
aura western de la canción.
Dirty
Honey es, probablemente, la banda actual que conecta de manera más natural con
el ADN de Bad Company, por lo que su presencia en este homenaje no resulta
sorprendente. Aun así, su poderosa versión de “Rock Steady” merece todos los
elogios posibles. Aquí alcanzan un equilibrio casi perfecto entre músculo y
groove.
Otra
formación claramente influenciada por el imaginario compositivo de Bad Company
es Black Stone Cherry, quienes nos entregan a continuación una densa
reinterpretación de “Burnin’ Sky”, tema que dio nombre al álbum de 1977. En
esta ocasión, una producción moderna intensifica la carga emocional del corte,
sin traicionar en ningún momento la melancolía del original.
El
momento más emotivo del disco llega en penúltima posición. La lacrimógena
“Seagull” reúne a dos generaciones del Rock británico: los miembros originales
Paul Rodgers y Simon Kirke se unen a otras dos leyendas como Joe Elliott y Phil
Collen, de Def Leppard, para firmar una interpretación evocadora y soberbia de
este clásico de Bad Company.
Resulta
ligeramente llamativo que el álbum se cierre con una versión de Free, la otra
gran banda liderada por Paul Rodgers, y no de Bad Company. Esta licencia se
perdona fácilmente al tratarse de una formación moderna de muchos quilates como
The Pretty Reckless, con la rebelde Taylor Momsen al frente, quienes entregan
un cover potente de un himno generacional como “All Right Now”.
CONCLUSIÓN
“Can’t
Get Enough: A Tribute to Bad Company” convence con creces porque no pretende
competir con los originales, sino reivindicar la figura de este grupazo al que
durante años se ha tendido a encasillar en una posición secundaria dentro de la
historia del Rock. No todas las versiones buscan reinventar; algunas se limitan
a celebrar. Otras se atreven a arriesgar. Todas, sin excepción, parten desde el
respeto hacia una banda que definió una forma muy concreta de entender el Rock:
sin artificios, sin excesos y con canciones que hablan por sí solas.
Además,
la participación activa de Paul Rodgers y Simon Kirke convierte el álbum en
algo más que un simple tributo: estamos ante un auténtico punto de encuentro
entre generaciones que se unen para recordarnos que Bad Company no pertenece al
pasado, sino a un legado que sigue influyendo y emocionando. Ojalá este trabajo
sirva también como puerta de entrada para que nuevos oyentes se adentren en el
universo sonoro del grupo.
No
suelo hacerlo, pero en esta ocasión me permitiré no otorgar una calificación
numérica a un álbum tributo, ya que, por muy alto que sea su nivel, nada puede
superar las versiones originales de cada una de las canciones aquí revisitadas.

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