En medio de tanto caos e
incertidumbre, y tras un fallido intento de reunir a la formación clásica de
Sabbath, Iommi descuelga el teléfono y convence a Tony Martin para volver a
convertirse en el cantante de Black Sabbath. Recordemos que el grupo había editado
tres álbumes de alto nivel junto al escocés (“The Eternal Idol”, “Headless
Cross” y “Tyr”) y había logrado una enorme acogida a lo largo del globo
terráqueo con una serie de gira en las que el nivel de la puesta en escena por
parte del cuarteto se había incrementado notablemente (así lo atestiguan los
bootlegs de la época). Así pues, con Martin de nuevo en las filas del grupo y
con Bobby Rondinelli (ex Rainbow) como nuevo batería, la banda marchó hasta
Gales para dar forma a lo que sería el decimoséptimo LP del grupo, que
terminaría viendo la luz bajo el título de “Cross Purposes”.
Antes de entrar en
materia puramente musical, me gustaría detenerme a alabar la bellísima portada
del disco, que protagoniza un ángel femenino con las alas incendiadas y que,
como muchos reseñistas señalan en sus escritos, recuerda a otras portadas de la
época como la del single de “Send Me An Angel” de los Scorpions.
Siempre defenderé que, de
haber sido grabada en tiempos de Ozzy Osbourne o Ronnie James Dio, seguramente
hablaríamos de “I Witness” como uno de los grandes temas de Black Sabbath. Y es
que es difícil encontrar algún tipo de pega a una canción que contiene algunos
de los mejores riffs y solos de Tony Iommi (¡ya es un decir!), una
interpretación de mil quilates del amigo Martin (adoro ese paso de tonos más
graves en los versos a sus agudos más desgarradores en secciones posteriores) y
ese puente in crescendo que acaba derivando en un simple, pero poderosísimo,
estribillo. A destacar aquí también el “bautismo de fuego” de Rondinelli como
batería, demostrando que merecía suceder en el puesto a Cozy Powell a través de
una poderosísima interpretación. Sencillamente espectacular esta apertura.
El bueno de Geoff
Nicholls, un nombre muy infravalorado en la historia de Sabbath, nos introduce
en “Cross Of Thorns”, a través de unos teclados siniestros que preparan el
cuerpo para una pista de máxima calidad. En un primer momento, las guitarras
acústicas y la dulce interpretación de Martin nos mecen antes de crecer, poco
después, en una pista potente y melódica que enamora más y más en cada nueva
escucha (¡escuchen cómo golpea tus tripas Geezer con el bajo!) y que es
rematada por un solemne estribillo. Y justo cuando pensabas que la canción no
podía ofrecerte nada más, el señor Iommi empuña su Gibson y firma un solo
sobresaliente a la altura del enorme, y difícilmente igualable, legado que nos
ha regalado a lo largo de las décadas.
“Cross Purposes” pasa por
ser el disco más incisivo de esta etapa de Sabbath junto a Tony Martin, algo
que “Psychophobia” parece confirmar desde ese malintencionado riff inicial de
talante hipnótico que taladra nuestra mente sin piedad y que solamente nos deja
respirar en el más colorido puente-estribillo. Adoro la su segunda mitad del
corte (minuto 1:30 aprox.), cuando Iommi firma un riff más veloz para cambiar
el devenir de la pista. Solamente necesita tres minutos para deslumbrar a
cualquiera (¡y sin solo de guitarra!).
Desde esa tenebrosa línea
de bajo inicial que firma Butler, creo que “Virtual Death” se confirma como la
canción que más alegrará a los amantes de los años de Ozzy Osbourne en el
grupo. Estamos ante una pista de Doom pesado y opresivo con tintes diabólicos
que asciende ligeramente en intensidad con el paso de los segundos, tornándose
como una pista más bien monótona y cruda. A destacar aquí el empleo de voces
dobladas por parte de Martin, lo cual le da un plus de maldad a la
pieza.
Rompiendo con la lentitud
previa, “Immaculate Deception” nos lleva en volandas hasta la mitad del álbum
con una pista de riffs corpulentos y un tono más luminoso sobre el que Tony
Martin firma una interpretación vibrante (una vez más juega con sus registros
sin despeinarse) que, a mi modo de ver, eleva al máximo exponente de calidad en
ese estribillo tan curioso en el que la velocidad asciende considerablemente
gracias al doble pedal de Rondinelli. Casi al final de la canción Tony Iommi
activa el “modo dios” y, sobre un ritmo espídico, se abalanza sobre nosotros
con un magistral solo de guitarra en el que opta por meter la quinta marcha
sobre su mástil. Genialidad absoluta que no faltó en posteriores giras.
Tras tanta adrenalina,
“Dying For Love” se presenta como la balada del disco, con una interpretación
de Martin de obligada escucha, ya que canta con una categoría tremenda que, a
mi modo de ver, poco tiene que envidiar a los tiempos de Dio (y mira que para
mí Ronnie es insuperable). Los pasajes que Iommi va facturando tras su guitarra
tampoco se quedan atrás, apostando por unas líneas melódicas más limpias y un
notable solo posterior. No es la mejor balada de la historia, pero contiene los
elementos necesarios para ser disfrutada cada vez que volvemos a escuchar este
LP.
Tal vez la pista más
insípida del LP sea “Back To Eden”, donde el estribillo (enorme Martin aquí) y
el punteo de Iommi parecen lo más salvable dentro de una propuesta vitalista
pero algo fría que no termina de arrancar del todo. No es ni mucho menos mala,
pero queda algo eclipsada entre tantas propuestas excelentes.
No sé si es la mejor
canción del LP (para gustos los colores), pero le tengo un cariño muy especial
a “The Hand that Rocks the Cradle”, una de las primeras canciones que escuché
de la era Martin. No puedo resistirme a esa inolvidable transición de unos
versos dulces y baladísticos a un encabronadísimo riff por parte de Iommi que
nos parte en dos y que nos devuelve a los Sabbath más salvajes. A partir de
ahí, Tony Martin toma las riendas de la canción, firmando unos versos y
estribillos llenos de rebeldía que borda en el apartado vocal. El solo con wah
wah y un amplio despliegue pentatónico tampoco se queda atrás, evocando a los
tiempos de “Heaven And Hell” o “Mob Rules”. Tomen asiento y disfruten,
señorías.
“Cardinal Sin” nos
devuelve a los tiempos del “Eternal Idol”, con unos teclados más arábigos y
góticos que, acompañados de unos riffs pesadísimos y un omnipresente bajo,
crean la base perfecta para que Mr. Martin se mueva a placer. Superado el
segundo minuto, Tony Iommi vuelve a cambiar el devenir de la pista con otro
riff lleno de clase que eleva la intensidad notablemente.
El broche de oro lo pone
“Evil Eye”, un tema de Heavy Metal de la vieja escuela que avanza sin piedad
gracias a un martilleante y grueso riff por parte de Iommi, así como de una
sólida línea de bajo de Geezer. Tony Martin juega con sus registros,
ascendiendo y descendido el tono a placer, como si fuera algo sencillo. Cuenta
la leyenda que el mismísimo Eddie Van Halen participó en la composición del
tema y que llegó a grabar un solo, pero que por cuestiones discográficas nunca
pudo ser incluido (hubiera sido algo asombroso poder escuchar a Iommi y a Van
Halen midiéndose en un duelo de solos). Un final a la altura de lo escuchado.
CONCLUSIÓN
Sin ser una redonda,
“Cross Purposes” es una obra notable en la que predominan las grandes
composiciones y en las que podemos disfrutar de la faceta más metálica y Heavy
de esta etapa tan maltratada de Black Sabbath. Tal vez “Headless Cross” con su
encanto gótico sea la obra por excelencia de Tony Martin junto a los de
Birmingham, pero no creo que el disco aquí reseñado tenga mucho que envidiarle.
¡Honor para Martin y, por
supuesto, para Black Sabbath!
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