Si hay un supergrupo que siempre que lanza música nueva logra acaparar toda mi atención, esos son The Winery Dogs. Este proyecto lo conforman tres auténticos maestros de sus respectivos instrumentos como Mike Portnoy, amo de la batería mejor reconocido por sus años con Dream Theater, Billy Sheehan, bajista reputado a nivel mundial por sus años con Mr. Big, y Ritchie Kotzen, a quien no dudaría en catalogar como uno de los guitarristas más dotados que yo he visto (especialmente cuando puntea con sus inconfundibles shreds) gracias a sus numerosos álbumes solistas, sin pasar por alto sus años en Mr. Big y, por supuesto, su más reciente aventura con mi querido Adrian Smith (Iron Maiden) en ese otro supergrupo llamado Smith/Kotzen (este y los Winery Dogs son mis dos proyectos de All Stars predilectos de este milenio).
Tanto en su debut
homónimo (2013) como en “Hot Streak” (2015), el grupo nos ha enamorado con un
Hard-Rock ambicioso, donde hay espacio tanto para los instrumentales más
adictivos y complejos, como para el lucimiento vocal de un polifacético Kotzen
(lo mismo canta temas eléctricos que te hace llorar con las más tiernas
baladas). Además de ambos álbumes de estudio, también existen otros dos LPs
filmados en riguroso directo (“Unleashed In Japan” y “Dog Years – Live In
Santiago”) donde podemos apreciar la envidiable química que existe entre estos
tres artistas, quienes se divierten como críos mientras dejan boquiabiertos a
sus asistentes.
Tras más de siete años de
sequía en los que cada músico ha estado inmerso en otros proyectos, por fin han
vuelto a unir sus diferentes talentos para engendrar el tercer álbum de The
Winery Dogs, el cual han titulado simplemente “III”. Para la producción han
decidido contar con el afamado Jay Ruston (Anthrax, Stone Sour, Steel
Panther,…), algo novedoso en el grupo, ya que los propios músicos se habían
encargado de dicha función en sus primeros álbumes.
No quiero alargarme mucho
más ya que estoy deseoso de disfrutar de este nuevo material, así que…¡DENTRO
MÚSICA!
Todo empieza a las mil
maravillas gracias a “Xanadu” (no confundir con los temas de Rush y Olivia
Newton-John), una canción en cuyas transiciones progresivas no es raro
acordarse de su popular “Elevate”. Cada músico va introduciendo detalles
técnicos por doquier (el solo de shred merece todos los honores),
cimentando así una base sobre la que Ritchie Kotzen canta a placer,
permitiéndose afilar sus registros para escupir un par de agudos de primera
categoría.
El segundo tema del LP
fue también elegido como segundo single del mismo. “Mad World” nos regala cinco
minutos de un Hard-Rock cálido y pegadizo en el que Kotzen apuesta por unos
registros más suaves y cercanos al Soul (honor también a los coros de Portnoy y
Billy en su estribillo). No puedo dejar de recomendaros los dos solos que nos
ofrece aquí Ritchie (especialmente el primero), así como el momento también
solista del que disfruta Billy Sheehan casi al final de la canción, recorriendo
su bajo mientras se apoya en una férrea capa de efectos.
“Breakthrough” irrumpe
como una canción de Post-Grunge entre distorsiones y punteos decadentes, pero
termina apostando poco tiempo después por recursos melódicos con mucho gancho
en su luminoso estribillo coral (difícil sacárselo de la cabeza).
El Funk-Rock es otra de
las especialidades musicales de estos veteranos. Un gran ejemplo de esto lo
hallamos en “Rise”, temazo que el trío erige sobre una expansiva línea de bajo
de Billy y una batería llena de fills (con aportaciones de cencerro
incluidas). Kotzen, además, suma numerosas líneas melódicas de guitarra y, por
supuesto, su personalísima voz. La gran sorpresa del número la encontramos en
su intermedio, cuando Sheehan se marca otro solo de bajo lleno de velocidad que
sirve como antesala de un no menos espectacular solo de guitarra (de los
mejores del LP) y de una última
repetición del estribillo.
El trío juega
sobradamente bien sus cartas en “Stars”, marcándose una canción de seis minutos
de extensión donde son capaces de desplegar todo tipo trucos para dejarnos
realmente satisfechos: versos hipnóticos, un bajo palpitante en la base, estribillo
de manual, voz de primera categoría y un extenso interludio instrumental que
parece nacido de una jam durante sus horas en el estudio (atención a la
exhibición a la guitarra de Kotzen, así como de los rellenos de batería que
inyecta Portnoy progresivamente). Auténtico temazo que no dejará de crecer con
el paso de las escuchas.
La segunda mitad del
álbum se inicia al máximo nivel de calidad de la mano de “The Vengeance”, una
de las grandes sorpresas del álbum gracias a los efectos metálicos de pedal que
Kotzen introduce antes de cada estribillo (este último goza de un poder
melódico incalculable). Si faltaba una guinda para este pastel tan dulce, el
solo que nos entrega Ritchie acompañado de nuevos efectos de cencerro por parte
de Mike, redondea al alza esta maravilla. Tras sucesivas reproducciones puede
percibirse como una especie de síntesis de lo escuchado en sus dos primeros
trabajos (el primero era más directo, mientras que el segundo posee más
detalles experimentales).
Turno de ser sacudidos
por uno de los temas más rudos de todo el álbum. “Pharaoh” tiene todos los
elementos necesarios para ser etiquetado como un medio-tiempo de Metal
Progresivo: una batería omnipresente que altera su ritmo constantemente, la
envidiable coordinación de la guitarra y el bajo (Billy se hace notar con
varias líneas agudas de lo más apetecibles) y, obviamente, un cantante a la
altura de las circunstancias como es Ritchie. ¿Y qué decir de los dos
interludios instrumentales que aquí se nos ofertan? Aunque el trabajo de todos
los miembros es para quitarse el sombrero (Portnoy y Billy crean una base
rítmica devastadora), el último solo de guitarra de Ritchie Kotzen bien podría
ubicarse entre los mejores de toda su trayectoria.
Pero cuidado que el ritmo
no hará sino subir con “Gaslight”, una canción cuyo incendiario ritmo bebe
directamente del Speed Metal y que ligeramente puede recordar a otro gran
número de su catálogo como “Oblivion”. Portnoy nos destruye sin piedad con una
pista de batería inhumana, mientras la guitarra y el bajo van tejiendo una base
instrumental tan destructiva como perfecta. Kotzen, como siempre, canta a las
mil maravillas y aprovecha la aceleración de la propuesta para incluir un solo
de shred más rápido de lo habitual (¿cuántas notas por segundo será
capaz de hacer?). Otra de mis preferidas.
La banda no podía faltar
a su cita con las baladas, otro tipo de composiciones en las que destacan
notablemente (véanse las pasadas “Regret” o “Think It Over”). En este
lanzamiento nos encontramos con una pista de este talante bautizada bajo el
nombre de “Lorelei” y que coquetea con el mejor Blues (o incluso Soul).
Obviamente, en el plano baladístico Ritchie saca su mejor versión como
cantante, teatralizando cada verso y llegando a notas especialmente altas en el
puente-estribillo. Numerazo.
Llegamos al final con
“The Red Wine”, un tema que en sus más de siete minutos de extensión realiza
una lograda síntesis de todo lo escuchado previamente. Rock alegre y hecho para
triunfar en los futuros directos del grupo (cometerían un gran error si no la
tocaran en su gira veraniega), con una estructura cumplidora y una cantidad considerable
de detalles destacables tales como la interpretación chulesca de Ritchie al
micrófono, los fraseos de guitarra (también hay un solo bárbaro sobre una base
rítmica martilleante), o ese outro de bajo con el que todo termina.
CONCLUSIÓN
Aunque sea pronto para lanzar
conclusiones tan claras, lo cierto es que “III” podría convertirse dentro de un
tiempo en el mejor álbum de The Winery Dogs. Desde luego, el trío acaba de
marcarse uno de los LPs más grandes de 2023, demostrando que cada vez que se
reúnen ponen toda la carne en el asador y no perciben este proyecto como un
simple “pasatiempo”. Ojalá no tengamos que esperar tantos años hasta su
siguiente publicación. Son demasiado grandes.
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