Las discográficas pueden ser, en ocasiones, excesivamente injustas y con un objetivo único y claro que ya nos recordaba Obús en su momento: “Dinero, Dinero”. Y es que por el simple hecho de hacerse con un buen puñado de fajos son capaces de convencer a cualquiera de sus clientes para prostituir su música a los sonidos del momento y, de esta manera, tener más aspiraciones a obtener grandes beneficios económicos. Afortunadamente, no todos los artistas están dispuestos a abandonar sus propios ideales y, de paso, poner precio a su alma. Un ejemplo claro fue el de Rory Gallagher, del cual llevo ya un tiempo soltándoos sermones de todo tipo.
Para la publicación de “Jinx” (1982), Rory comenzó a tener que lidiar con los líderes de varias discográficas para que le dejaran lanzar su álbum sin, por ello, tener que cambiar su manera de hacer música. Y es que la mayor parte de los sellos, aun sabiendo que estaban tratando con un icono de la guitarra, no estaban dispuestos a invertir su dinero en un músico que veían como el típico actor de Western que, una vez que la época de mayor boom del género ha pasado, tenía los días contados. Eso sumado al famoso perfeccionismo en la producción y en el estudio que Rory desarrollaba no terminaba de gustar a las discográfica. Las cosas se pondrías más complicadas una vez que dicho álbum salió a la venta ya que durante un par de años el irlandés se vio “obligado” a tener que girar por todo el mundo hasta encontrar un sello que le permitiera lanzar un nuevo álbum. Su pánico a volar, por su fuera poco, le llevó a comenzar a ingerir en proporciones peligrosas numerosos calmantes que, si bien funcionaron en su momento, terminarían por tener consecuencias mortales en un futuro (pastillas + alcohol en cantidades excesivas = mal final). Las giras que durante ese tiempo hizo, eso sí, estuvieron a un nivel altísimo (como siempre) demostrando que a este vaquero le quedaban todavía muchas balas en su revólver.
Harto de esperar, Rory toma la excelente decisión de fundar su propio sello discográfico, Capo Records, para poder comenzar a construir su próxima obra de estudio bajo sus condiciones. Fue así como saldría a la venta “Defender” (1987). Junto a su inseparable Gerry McAvoy y el más reciente Brendan O’Neill, sin obviar el regreso para una canción de un viejo amigo como Lou Martin, el disco nació bajo la expectativa de reivindicar el talento y el legado de Mr. Gallagher.
El álbum comenzaba de una manera algo diferente al sonido de antaño, recordando en ocasiones a las grandes bandas del Hard-Rock de los años 70. “Kickback City” entra rabiosa entre riffs y arreglos, en la distancia, de sitar, a los que pronto se les unirá el propio Rory con su siempre cumplidora voz para terminar de darnos la bienvenida como solo él sabía: con cortesía y mucha clase.
“Loanshark Blues” y “Continental Op” nos traen de vuelta al sonido más propio de nuestro guitar hero. Y es que en ambas canciones hay muchísimo Blues y Boogie-Rock sureño al más puro estilo Rory que nos dejarán más que satisfechos. La primera tiene un ritmo peligrosamente bailable que me recuerda al “Political World” del legendario Bob Dylan hasta que entra el estribillo y la cosa parece cambiar durante unos segundos para volver a ese ritmo constante y alegre. Para el segundo corte mencionado, Rory, entre riffs y solos de escándalo, decide rendir un homenaje lírico a su adorado Dashiell Hammet, escritor de novela negra destacado por crear una joya literaria como El Halcón Maltés (imperdible el personaje de Sam Spade) que luego, como muchos sabréis sería llevada a la gran pantalla por John Huston y con la actuación estelar de un tal Humphrey Bogart.
Sin tiempo para una balada (no hay ni una en todo el disco), el irlandés se lanza de cabeza a la piscina y coquetea con el Blues y el Funk en un tema mayúsculo, y muy poco conocido, como “Ain’t No Saint”, con su estructura simple pero ejecutado a un nivel glorioso. Esto es música, señoras y señores. Dentro de la “experimentación” del disco incluiría otra mastodóntica pieza quedada en el olvido como “Smear Campaign” donde unos versos Folk terminan mutando en un endiablado punteo guitarrero que cuesta sacarse de la cabeza.
Me gusta mucho el riff “stoniano” que tiene “Failsafe Day”, así como lo valiente que está Rory al micrófono cantando en una tonalidad algo más aguda de lo normal. No es que sea una canción extremadamente arriesgada (de hecho es muy de su estilo) pero son esos pequeños matices lo que la hace diferente y, a mi modo de ver, una parada obligatoria si le damos una oportunidad a “Defender”. Otro tema que me gusta bastante y que me recuerda a alguna pieza del ya por aquel tiempo lejano “Tattoo” es “Road To Hell” y su ambientación oscura entre riffs sólidos y doblados. La letra tampoco es moco de pavo (cuando Rory quería era capaz de escribrir letras de primera categoría).
Los decibelios suben de la mano de “Doing Time” y su peligrosa mezcla de Boogie con mucho slide. La canción es, una vez más, simplona en cuanto a estructura, pero colorida y mu disfrutable en cuanto a ejecución.
No podía faltar una versión en un disco de Rory, por lo cual Sonny Boy Williamson II y su “Don’t Start Me Talkin’” tuvieron el honor de ser reivindicados en esta ocasión por Rory de una manera brillante. Blues-Rock de toda la vida para entretener al personal. La versión original del disco terminaba con una pequeña maravilla acústica titulada “Seven Days” (difícil encontrar en el Rock guitarristas tan magistrales también con la guitarra acústica), en la que introduce licks, punteos que se funden en el temblor de su inseparable slide y una armónica omnipresente.
La reedición posterior traería dos buenos extras como “Seems To Me” y “No Peace For The Wicked” (mi favorita de las dos) que, en resumidas cuentas, mantendrían la tónica de un álbum inferior a sus mejores discos (sería un error decir lo contrario por mucho cariño que le tenga), pero que, eso sí, me deja siempre con mejor de boca que el previo “Jinx”. “Defender” parece haber quedado en el olvido y creo que ha llegado la hora de reivindicarlo. Que esta reseña sirva para ello.
El cowboy irlandés demostraba al mundo una vez más que seguía en pie de guerra y que se mantenía fiel a su propia esencia contra lo que cualquier magnate o líder de las grandes discográficas deseara.
¡Un nueve como una catedral!
Para la publicación de “Jinx” (1982), Rory comenzó a tener que lidiar con los líderes de varias discográficas para que le dejaran lanzar su álbum sin, por ello, tener que cambiar su manera de hacer música. Y es que la mayor parte de los sellos, aun sabiendo que estaban tratando con un icono de la guitarra, no estaban dispuestos a invertir su dinero en un músico que veían como el típico actor de Western que, una vez que la época de mayor boom del género ha pasado, tenía los días contados. Eso sumado al famoso perfeccionismo en la producción y en el estudio que Rory desarrollaba no terminaba de gustar a las discográfica. Las cosas se pondrías más complicadas una vez que dicho álbum salió a la venta ya que durante un par de años el irlandés se vio “obligado” a tener que girar por todo el mundo hasta encontrar un sello que le permitiera lanzar un nuevo álbum. Su pánico a volar, por su fuera poco, le llevó a comenzar a ingerir en proporciones peligrosas numerosos calmantes que, si bien funcionaron en su momento, terminarían por tener consecuencias mortales en un futuro (pastillas + alcohol en cantidades excesivas = mal final). Las giras que durante ese tiempo hizo, eso sí, estuvieron a un nivel altísimo (como siempre) demostrando que a este vaquero le quedaban todavía muchas balas en su revólver.
Harto de esperar, Rory toma la excelente decisión de fundar su propio sello discográfico, Capo Records, para poder comenzar a construir su próxima obra de estudio bajo sus condiciones. Fue así como saldría a la venta “Defender” (1987). Junto a su inseparable Gerry McAvoy y el más reciente Brendan O’Neill, sin obviar el regreso para una canción de un viejo amigo como Lou Martin, el disco nació bajo la expectativa de reivindicar el talento y el legado de Mr. Gallagher.
El álbum comenzaba de una manera algo diferente al sonido de antaño, recordando en ocasiones a las grandes bandas del Hard-Rock de los años 70. “Kickback City” entra rabiosa entre riffs y arreglos, en la distancia, de sitar, a los que pronto se les unirá el propio Rory con su siempre cumplidora voz para terminar de darnos la bienvenida como solo él sabía: con cortesía y mucha clase.
“Loanshark Blues” y “Continental Op” nos traen de vuelta al sonido más propio de nuestro guitar hero. Y es que en ambas canciones hay muchísimo Blues y Boogie-Rock sureño al más puro estilo Rory que nos dejarán más que satisfechos. La primera tiene un ritmo peligrosamente bailable que me recuerda al “Political World” del legendario Bob Dylan hasta que entra el estribillo y la cosa parece cambiar durante unos segundos para volver a ese ritmo constante y alegre. Para el segundo corte mencionado, Rory, entre riffs y solos de escándalo, decide rendir un homenaje lírico a su adorado Dashiell Hammet, escritor de novela negra destacado por crear una joya literaria como El Halcón Maltés (imperdible el personaje de Sam Spade) que luego, como muchos sabréis sería llevada a la gran pantalla por John Huston y con la actuación estelar de un tal Humphrey Bogart.
Sin tiempo para una balada (no hay ni una en todo el disco), el irlandés se lanza de cabeza a la piscina y coquetea con el Blues y el Funk en un tema mayúsculo, y muy poco conocido, como “Ain’t No Saint”, con su estructura simple pero ejecutado a un nivel glorioso. Esto es música, señoras y señores. Dentro de la “experimentación” del disco incluiría otra mastodóntica pieza quedada en el olvido como “Smear Campaign” donde unos versos Folk terminan mutando en un endiablado punteo guitarrero que cuesta sacarse de la cabeza.
Me gusta mucho el riff “stoniano” que tiene “Failsafe Day”, así como lo valiente que está Rory al micrófono cantando en una tonalidad algo más aguda de lo normal. No es que sea una canción extremadamente arriesgada (de hecho es muy de su estilo) pero son esos pequeños matices lo que la hace diferente y, a mi modo de ver, una parada obligatoria si le damos una oportunidad a “Defender”. Otro tema que me gusta bastante y que me recuerda a alguna pieza del ya por aquel tiempo lejano “Tattoo” es “Road To Hell” y su ambientación oscura entre riffs sólidos y doblados. La letra tampoco es moco de pavo (cuando Rory quería era capaz de escribrir letras de primera categoría).
Los decibelios suben de la mano de “Doing Time” y su peligrosa mezcla de Boogie con mucho slide. La canción es, una vez más, simplona en cuanto a estructura, pero colorida y mu disfrutable en cuanto a ejecución.
No podía faltar una versión en un disco de Rory, por lo cual Sonny Boy Williamson II y su “Don’t Start Me Talkin’” tuvieron el honor de ser reivindicados en esta ocasión por Rory de una manera brillante. Blues-Rock de toda la vida para entretener al personal. La versión original del disco terminaba con una pequeña maravilla acústica titulada “Seven Days” (difícil encontrar en el Rock guitarristas tan magistrales también con la guitarra acústica), en la que introduce licks, punteos que se funden en el temblor de su inseparable slide y una armónica omnipresente.
La reedición posterior traería dos buenos extras como “Seems To Me” y “No Peace For The Wicked” (mi favorita de las dos) que, en resumidas cuentas, mantendrían la tónica de un álbum inferior a sus mejores discos (sería un error decir lo contrario por mucho cariño que le tenga), pero que, eso sí, me deja siempre con mejor de boca que el previo “Jinx”. “Defender” parece haber quedado en el olvido y creo que ha llegado la hora de reivindicarlo. Que esta reseña sirva para ello.
El cowboy irlandés demostraba al mundo una vez más que seguía en pie de guerra y que se mantenía fiel a su propia esencia contra lo que cualquier magnate o líder de las grandes discográficas deseara.
¡Un nueve como una catedral!
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